N.º 69

NOVIEMBRE-DICIEMBRE 2010

11

   

   

   

   

   

   

   

EL GRAN ELEFANTE BLANCO

  

ANÓNIMO

  

  

  

P

or el Norte de la India se cuenta que hace muchos años vivían en Agra, a orillas del río Yamuna, tres hombres ciegos, que pasaban largas horas compitiendo entre ellos para ver quién era de todos el poseedor de mayor sabiduría.

Cada tarde se reproducía el mismo ritual oratorio: los tres hombres ciegos se sentaban a orillas del río y discutían acaloradamente acerca de sus diferentes teorías. Cierto día, uno de los sabios dijo que conocía la solución a sus múltiples discusiones y señaló que era el momento oportuno de conocer la verdad.

Dijo que había llegado a sus oídos la noticia de que en la lejana ciudad de Madrás había venido un descomunal elefante blanco y era tan extraordinario el animal que las gentes no hacían más que hablar de lo que tenía de excepcional.

Los tres sabios, que eran ciegos de nacimiento, quisieron conocer al elefante, pero, para ello, habrían de viajar a través de las extensas tierras de la India de Norte a Sur, recorriendo Jaipur, la ciudad sagrada de Varanasi y la hermosa ciudad de Calcuta, hasta encontrar su último destino: Chennai, también conocida como Madrás, una grandiosa urbe situada al Sur del país.

Como estaban convencidos que de que sus discusiones no paraban en ninguna conclusión positiva y hartos ya de tanto discutir, emprendieron el largo viaje fascinados por las maravillas que se relataban sobre el gran elefante blanco.

   
     

  

Una vez ante aquel gran elefante, el sabio alargó sus manos y tocó al animal en la cabeza. Sintió bajo sus dedos las enormes orejas y luego los dos inmensos colmillos de marfil.

   

Sin embargo, llegaron al acuerdo de que, en lugar de llevar a cabo el viaje juntos, lo harían en solitario, por separado y de manera sucesiva, y cada vez que regresase uno, volverían a reunirse a las orillas del río para saber de lo experimentado.

El primero de los sabios emprende su viaje a través de valles y montañas, vive de la caridad de las gentes y, tras múltiples esfuerzos y penurias, llega a Chennai. Enseguida pregunta por el paradero de aquel grandioso animal y pronto lo localiza en un mercado.

Una vez ante aquel gran elefante, el sabio alargó sus manos y tocó al animal en la cabeza. Sintió bajo sus dedos las enormes orejas y luego los dos inmensos colmillos de marfil.

Quedó tan admirado que tomó inmediatamente el camino de regreso para referirles su experiencia a los otros dos sabios, que lo esperaban todo expectantes..

Reunidos los tres según habían convenido, les dijo:

—El elefante es como un tronco cubierto a ambos lados por dos frazadas y del cual salen dos grandes lanzas frías y duras.

—Muy bien, muy bien —dijeron con cierto tono sarcástico los otros dos sabios.

—Yo quiero ir a comprobarlo —dijo enseguida uno de ellos.

Y sin más, se dirigió a Chennai, recorriendo frondosos valles y montañas, y pasando de una ciudad a otra. A este segundo viajero, el largo y penoso trayecto, sin embargo, fue más llevadero, resultándole menos penoso que al primero.

Llega a la ciudad y, de pronto, oye el bramido de un elefante, y, enseguida pensó que, sin duda, debía tratarse del gran elefante blanco que estaba buscando.

Pronto se dirige hacia él y, al acercarse de que era el elefante buscado, intenta rodearlo con su brazos, pero era imposible, no alcanzaba abarcarlo. Se limitó entonces a acariciarlo con sus manos.

Toma el camino de regreso y, al llegar al sitio acordado de reunión, cuenta a los otros dos sabios, ávidos de conocer la experiencia, lo que le había acaecido.

Se produjo entonces un largo y respetuoso silencio, y el sabio comenzó a relatar lo que había experimentado. Dijo:

—Yo sé muy bien lo que es un elefante; el elefante se parece a un tambor forrado de cuero, colocado sobre cuatro gruesas patas.

El tercer sabio, no conforme con la respuesta y decidido a encontrar la ‘verdad’, marcha en dirección a Chennai. Una vez hubo llegado a la ciudad y encontrado al elefante, agarró al animal  por la cola, se colgó de ella y comenzó a hamacarse, como hacen los niños, con una cuerda.

Como esto le gustaba al elefante, estuvo largo rato divirtiéndose en medio de la risa de la gente que se había ido acercando al lugar. De improviso, dejó de jugar: ya había encontrado la respuesta que había de dar a los dos sabios.

A su regreso y de nuevo con ellos, les comentó:

—Yo os diré cuál es la verdadera forma del elefante. Un elefante es, sin duda, una cuerda fuerte y gruesa, que tiene un pincel en la punta y que sirve para hamacarse —afirmó con gran determinación y rotundidad.

Comenzaron entonces a discutir entre ellos sobre qué era más cierto de lo que cada uno había descubierto del elefante. La discusión fue endureciendo las opiniones de los litigantes hasta convertirse en un duro enfrentamiento. No lograban alcanzar un acuerdo sobre la forma exacta del elefante.

Pero, como los tres sabios, además de saber de muchas cosas, eran también muy sensatos, decidieron pedir ayuda a Siddhartha, un yogui conocido en toda la India, cuyas sentenciones eran muy respetas por todos, ya que de él se decía que ya había alcanzado la iluminación y el conocimiento de la ‘verdad última y suprema’.

Sin más dilación, marcharon hacia el paraje donde Siddhartha solía meditar. Allí lo encontraron, bajo el cobijo de las frondosas ramas de un árbol.

   
     

  

La verdad es ‘om’, que significa unidad con lo supremo, la combinación de lo físico con lo espiritual; es la sílaba sagrada, el primer sonido del Todopoderoso, el sonido del que emergen todos los demás sonidos, ya sean de la música o del lenguaje. Por eso os digo que lo contrario de una verdad es también verdadero; lo opuesto a una certeza es también cierto.

   

Siddhartha despertó de su estado de meditación, de quietud absoluta y profunda, y vio ante sí a los tres sabios.

—¿Por qué me buscáis? —preguntó Siddhartha, con una voz que inspiraba sosiego y confianza.

—¡Oh, maestro; tú que te has liberado de todo sufrimiento, que has desatado los vínculos de tu alma de sus lazos terrenales y que has llegado a la verdad última y suprema, ayúdanos, por clemencia, a encontrar la verdad.

Siddhartha cerró los ojos y se sumió en un profundo ‘om’, cuyas vibraciones llegaron al corazón de los sabios. A continuación, les dirigió unas palabras:

—La verdad es ‘om’, que significa unidad con lo supremo, la combinación de lo físico con lo espiritual; es la sílaba sagrada, el primer sonido del Todopoderoso, el sonido del que emergen todos los demás sonidos, ya sean de la música o del lenguaje. Por eso os digo que lo contrario de una verdad es también verdadero; lo opuesto a una certeza es también cierto. Lo que os habéis contado uno a los otros al regreso del viaje es verdad, pero es una verdad unilateral, una verdad parcial, una certeza subjetiva, porque no considera las otras verdades: no tiene en cuenta la certeza en su totalidad. La verdad suprema es la suma de todas las verdades particulares, que, al fundirse entre sí, subliman todo añadido subjetivo y personal. Cada uno de vosotros habéis contado la verdad, pero esa verdad es solo parcial, pues ha estado mediatizada por vuestra particular manera de concebir e interpretar las cosas. Así, si unís todas las partes, tendréis la verdad total.

Sin más, Siddhartha cerró de nuevo los ojos y, con una leve sonrisa en el rostro, se sumió de nuevo en su meditación, en su contemplación espiritual.

Los tres sabios exclamaron:

—¡Cierto es lo que nos ha sido contado!

Fue entonces cuando aquellos tres sabios descubrieron que cada uno de ellos tenía una parte de la verdad, ya que todas las sensaciones que habían experimentado al ver la figura del gran elefante eran ciertas. Cada uno de ellos sabía de la imagen del elefante la parte que le había llamado su atención. Así, uniendo todas las impresiones parciales, podrían obtener la totalidad: la imagen real del elefante blanco.

   

   

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Bimestral de Cultura. Año IX. II Época. Número 69. Noviembre-Diciembre 2010. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2010 ANÓNIMO. Edición en CD: Depósito Legal MA-265-2010. Diseño Gráfico y Maquetación: Antonio M. Flores Niebla. © 2002-2010 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.

    

    

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