N.º 68

AGOSTO-OCTUBRE 2010

11

   

   

   

   

   

   

   

SABER OPTAR POR LO MEJOR

   

Por Maite Vargas Martín

   

   

«Entre dos peligros graves, escoge siempre el menor.»

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A

quella tarde de junio parecía más calurosa que las demás. Las rayos de sol parecía caer como afilados dardos sobre los ya bronceados cuerpos de aquellos dos adolescentes, de cuyo semblante cualquier curioso transeúnte hubiese podido deducir que estaban más preocupados que pasando una alegre jornada.

A su lado, oíanse los agudos gritos y risas de unos niños que jugaban placenteramente, entregados en cuerpo y alma al juego en las piscinas próximas a la casa de Alex.

No era tan cómoda la situación para los dos jóvenes. Esa tarde, Álex y Adrián habían quedado para sopesar qué podrían hacer para conseguir un aprobado en el examen de Historia, examen que se les presentaba como un hueso duro de roer, porque apenas habían estudiado durante el curso, y al que habían de hacer frente al día siguiente.

A sus ojos se planteaban dos caminos bien diferentes para conseguir el codiciado aprobado, no importaba ahora si merecido o no, pues superar la asignatura significaba tener el permiso de sus padres para ir al campamento de verano, donde tan bien lo pasaban todos los años por esas fechas.

   
     

  

Álex supo deducir la enseñanza que se abrigaba en ella y optó por entregarse concienzudamente toda la tarde al estudio.

   

Ambos vías, aunque convergían en un mismo punto final, eran, sin embargo, bastante divergentes: una estaba dentro de lo que podríamos entender por moralidad, pero se planteaba más dificultosa porque requería el esfuerzo del estudio; la otra, por el contrario, no exigía trabajo alguno, pero llevaba aparejado el riesgo de meterlos en un buen lío. La primera consistía en preparar y estudiar seriamente los cuatro temas que constituían la materia objeto de examen, y la segunda, en hacer una «chuleta» con lo más importante de cada uno de los temas para su posterior copia durante la prueba.

Optar se presentaba demasiado complejo para ambos jóvenes. Por más que ponían los pros y los contras a uno y a otro lado de la balanza, la decisión no acababa por inclinar un plato hacia un lado concreto. No se decidían con convencimiento por ninguna de las dos opciones, así que convienen en contrastar su plan con la opinión de un amigo de la pandilla, llamado Emilio José.

Álex y Adrián se presentan en casa del amigo, quien, en esos momentos, se hallaban tumbado, medio adormilado por efectos del calor, en una de las tumbonas que había en la terraza de la casa. Invitó gentilmente Emilio José a sus dos amigos a sentarse y a refrescarse un poco con un buen vaso de limonada que les había traído su madre en ese preciso instante en una jarra bien fría.

Más decidido, Adrián le refiere su problema al amigo, y éste, escuchando el planteamiento, pareció desinhibirse de la cuestión, volviéndose a echar sobre la lona de la tumbona, con los ojos fijos en uno de los rosales que adornaban el jardín.

De improviso, Emilio José pareció recobrarse de su aparente letargo y, como si estuviese en trance, comenzó a narrarles esta historia:

«Un ciervo, travieso y remolón, a quien perseguía un perro, al verse casi alcanzado por el can corrió hacia una caverna para esconderse.

Mas apenas hubo entrado en ella, salió del fondo de la cueva un león que, abalanzándose sobre el desgraciado, lo despedazó con sus poderosas garras.

—¡Pobre de mí! —exclamaba el desdichado ciervo al tiempo que moría—. Entré a esta caverna para huir de un perro y mantener a salvo la vida y, sin imaginarlo, he venido a caer en las garras de esta fiera carnicera. Si lograra salir vivo de esta situación, qué buena lección sacaría de este trance. Pero ya es tarde; todo está perdido.

Y el asustado ciervo fue engullido sin dilación por aquel gran animal.»

Concluido su relato, Emilio José añadió a lo ya narrado que esta pequeña historia se le había contado su abuelo Emilio en una ocasión en la que él se encontraba al borde de una decisión muy parecida a la de ellos, y que, extrayendo de ella lo que de bueno tenía, le había servido de mucho para solventar su problema.

Álex y Adrián marcharon pensativos, reflexionando sobre el alcance práctico que pudiera tener aquella historia que habían escuchado y su posible aplicación al caso que los preocupaba.

Álex supo deducir la enseñanza que se abrigaba en ella y optó por entregarse concienzudamente toda la tarde al estudio. Y, al actuar conforme a la corrección y con honradez gracias al consejo de su amigo, logró aprobar la asignatura y aquel verano fue también de vacaciones al campamento.

Por su parte, Adrián, más propenso al ocio, concluyó que hacerse la «chuleta» era lo más fiable para un aprobado seguro. ¡Cuán fallo cometió el pobre Adrián! Fue sorprendido por el profesor durante el examen, lo que le reportó el suspenso hasta septiembre y una buena reprimenda de parte de sus padres, quienes, además de reprenderle su actitud, lo castigaron a quedarse sin campamento de verano.

   

   

Maite Vargas Martín (Málaga, 1988) es licenciada en Pedagogía por la Universidad de Málaga.

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Bimestral de Cultura. Año IX. II Época. Número 68. Agosto-Octubre 2010. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2010 Maite Vargas Martín. Edición en CD: Depósito Legal MA-265-2010. Disegro Gráfico y Maquetación: Antonio M. Flores Niebla. © 2002-2010 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.

    

    

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