OCTUBRE-DICIEMBRE 2019

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LOS DESTINATARIOS DEL CUENTO EN LA SOCIEDAD ACTUAL.

UN APUNTE

   

  

Por  José Antonio Molero

   

   

ACTUALMENTE, AL PENSAR en los cuentos, a todos se nos viene a la cabeza la imagen del niño, y es que hoy en día el niño es el destinatario predilecto del cuento. Pero esto no ha sido siempre así. En el pasado, y durante siglos, el cuento fue una forma de entretenimiento que involucraba a toda la comunidad, sin distingos de edad ni sexo. Fue a partir de finales del siglo XVII cuando se empieza a concebir al niño como el destinatario adecuado del cuento, porque es a partir de ese momento cuando la infancia comienza a considerarse como un estadio separado de los adultos, diferente del adulto, con necesidades e intereses distintos. Antes no había sido así: el niño era concebido como un hombre en su fase inmadura, pendiente de evolución, algo así como un hombre en miniatura. El proceso de cambio de destinación presentará ya vestigios de concreción a comienzos del siglo XIX, cuando el niño se convertirá en destinatario de los cuentos con todo derecho. Por consiguiente, hasta tiempos bastante recientes, el adulto ha sido, si no el único, por lo menos uno de los destinatarios más adecuados de este género narrativo.

  

EJE CRONOLÓGICO DE LA DESTINACIÓN DEL CUENTO

El hecho de que las modernas colecciones se dirijan abiertamente a un público infantil permite suponer que el desplazamiento de destinación iniciado a finales del siglo XVII con Charles Perrault (1628-1703), ha llegado en la actualidad a su conclusión [1]. En nuestra época, en efecto, es ya una evidencia indiscutible que el cuento no es del interés del adulto (que ha desviado su preferencia por otras lecturas) y que todas aquellas narraciones de antes (y las que se han escrito ahora) se presentan destinadas en su origen y en su fin, y con escasas excepciones, al público infantil.

Una confirmación de este cambio se encuentra en los mismos textos: las colecciones de cuentos populares que se editan ahora se adecuan —presuntamente— a las exigencias y gustos de los lectores infantiles; dicho más exactamente, están escritos en función de la imagen (más o menos fiel) que el narrador adulto tiene de los niños. Y así, en el proceso que se ve implicado en la lectura del cuento entran en juego, por una parte, un sistema lingüístico de comunicación adaptado a la capacidad de comprensión del lector previsto (el niño), y, por otra, múltiples consideraciones de orden psicopedagógico encaminadas a hacer que los cuentos coincidan con los cánones educativos generalmente aceptados.

No obstante esta idea tan generalizada en la sociedad actual de que el niño es el destinatario preferente del género cuentístico, hay quienes han sostenido (y sostienen) que tal decisión no es más que el fruto de un equívoco, la consecuencia de un «accidente histórico». Así, por ejemplo, Tolkien [2] afirmaba que «no hay ningún motivo particular por el que los adultos deban abandonar el cuento, sobre todo porque cualquier arte o ciencia, si queda relegado exclusivamente al ámbito de los niños, se deteriora gravemente, y, a veces, irremediablemente». Por su parte, otros autores llaman la atención sobre los efectos negativos de la conexión, absolutamente forzada y arbitraria, que la sociedad occidental moderna ha establecido entre la infancia y el cuento, por cuanto los modernos adaptadores, llevados por una imagen completamente equívoca por ilusoria y meliflua de la infancia, vacían los antiguos relatos de sus contenidos originarios, expurgándolos y edulcorándolos para hacerlos inocuos.

  
 

 
 

Niños leyendo.

 
  

Uno de los supuestos implícitos en la base de muchas adaptaciones para niños es que estos poseen una «incorrupta credulidad, un fresco apetito por las maravillas», como afirmaba el británico Lang [3]. De esta consideración se desprende que el narrador adulto debe jugar con la escasa experiencia vital del niño para venderle la ficción de los cuentos como realidad.

Tolkien, por el contrario, se opone drásticamente a esta consideración y rechaza el supuesto según el cual el niño es incapaz de distinguir la invención de la realidad, el mundo ficticio del cuento del mundo de la experiencia del mundo real. Para usar adecuadamente el cuento, Tolkien afirma que es indispensable entrar con la propia mente en ese mundo evocado por el narrador y, mientras se está dentro de él, creer en su verdad. El destinatario no tiene que creer necesariamente que las cosas contadas se pueden encontrar en el mundo de la experiencia primaria. Este es el equívoco en el que caen, llega concluir Tolkien, quienes consideran que los niños, en virtud de la ingenuidad propia de su inmadurez y de su presunta incapacidad para distinguir entre realidad y ficción, son los únicos posibles destinatarios de los cuantos en nuestros días.

Sin embargo, las argumentaciones propuestas por Tolkien para negar que el niño se haya convertido en el destinatario privilegiado del género de los cuentos, en cierto sentido se le vuelven en contra: el cuento exige que el destinatario “crea lo que se cuenta”, por más inverosímil que pueda parecerle al lector desde el punto de vista del mundo real (este es precisamente el punto fundamental: no hay que valorar el mundo de los cuentos a partir de criterios tomados de la experiencia primaria). En otras palabras, mientras el destinatario se encuentra sumergido en el marco del cuento, jamás debe sorprenderse ante animales que hablan, exóticos fenómenos atmosféricos, pócimas mágicas, antagonistas ultraterrenales y, en fin, todos esos elementos recurrentes en el cuento y que no se pueden encontrar en el ámbito de la vida real. Porque en el momento mismo en que el lector “manifiesta incredulidad” ante un elementos cuentístico, el encantamiento se rompe y el destinatario se ve nuevamente catapultado “al mundo primario”.

Para el adulto actual resulta bastante difícil sumergirse en el mundo del cuento inhibiendo cualquier vestigio de duda, o sea, abandonando todo el sistema de valores que subyace a su experiencia personal del mundo real. De ahí la afirmación de Tolkien cuando dice que, «para entrar en el mundo del cuento, no hay que esforzarse en creer, hay que creer y basta». A los niños, esta operación les sale naturalmente bien, y, por esto que el cuento se haya convertido en un dominio acotado para disfrute de la infancia.

  

EL DESTINATARIO INFANTIL

Esta argumentación se basa en un ensayo del coreano Ok-Ryen-Seung [4], llevado a cabo sobre la psicopedagogía del cuento. Seung considera que los cuentos son particularmente adecuados para la mentalidad infantil, tanto por lo que se refiere a los temas tratados por ellos como por los dispositivos formales que los caracterizan.

Los contenidos típicos del cuento reflejan de cerca los intereses del niño: a menudo, los cuentos se ocupan del abandono de los hijos por parte de los padres o de la ruptura del vínculo materno, temas en los que el niño pequeño presta mucha atención. En cuanto a los contenidos más específicamente maravillosos, Seung se detiene en algunos rasgos característicos de la mentalidad infantil —como el egocentrismo, el realismo y el animismo— que hacen al niño particularmente receptivo con el mundo encantado del cuento.

  
 

 
 

Pulgarcito es un cuento infantil escrito por Charles Perrault con el nombre de su hijo, Pierre Darmancour; lo dio a conocer en su libro compilatorio Cuentos de Mamá Oca, publicado en 1697.

(Imagen: Q-TopLife.com)

 
  

En lo que respecta a la incapacidad de distinguir entre el yo y el mundo exterior (egocentrismo) y la consiguiente certidumbre de que todo elemento del mundo está dotado de voluntad propia (animismo) acercan la mentalidad infantil al pensamiento mágico. Por este motivo, el niño no se ve obligado a realizar grandes esfuerzos para concebir un mundo en el que los animales hablen; esto es, lo que en el caso del lector adulto requiere una «voluntaria suspensión de la incredulidad» al niño le resulta natural. Es probable que, a partir de una cierta edad, también el niño sepa que en el mundo real los animales no hablan. Pero para él, las fronteras entre el mundo de la experiencia cotidiana y el del cuento no son tan rígidas como para en adulto. Esta fluidez de las fronteras favorece el continuo paso de una dimensión a otra, paso que a menudo asume la forma de la experimentación lúdica. Esto resulta evidente para cualquiera que haya observado el proceso del juego infantil.

De igual manera, el animismo de los niños encuentra un terreno muy fértil en el cuento, que está poblado de animales y de objetos dotados de personalidad y de rasgos reconociblemente humanos. Por otra parte, hay que considerar también que, además de reflejar el fenómeno animista, la presencia de bestias que hablan en los cuentos refleja también la importancia que tienen los animales en el imaginario infantil y pone de manifiesto la facilidad con que el niño se identifica con ellos.

Pasando a los dispositivos formales característicos antes delineados, Seung se propone comparar las características del estilo oral, típico del cuento, con la psicología del niño. Vistos desde esta perspectiva, algunos rasgos estilísticos, como el uso de fórmulas  y de repeticiones y el ritmo binario o ternario, pueden remitirse a las exigencias precisas del destinatario infantil. La estructura enumerativa permite que el destinatario encuentre un armazón constante y reconocible en el texto, lo cual le da una sensación consoladora de familiaridad que lo tranquiliza. El niño que ama el orden, la medida y la coherencia, advierte, de manera particularmente acentuada, esta exigencia. Las repeticiones y las estructuras constantes satisfacen su gusto por la estabilidad y lo ayudan en el proceso de memorización del texto.

Otras características, como la extremada simplificación de las relaciones internas, la ausencia de descripciones exhaustivas de corte realista y la exteriorización del conflicto, hoy apuntan todas al niño como destinatario prioritario del cuento.

  
 

 
 

La forma del cuento Cenicienta (o El zapatito de cristal) más conocida en Occidente es la del francés Charles Perrault, escrita a partir de una historia transmitida mediante tradición oral y publicado en 1697 en su ya citado libro Cuentos de Mamá Oca. En Alemania, la versión, igualmente de origen popular, de Cenicienta fue escrita por los hermanos Grimm, y forma parte de la colección Cuentos de la infancia y del hogar, compilación de cuentos alemanes en dos volúmenes, publicados en (I) 1812 y (II) 1815).

(Imagen: ChiquiPedia.com)

 

  

  

CONCLUSIÓN

Como hemos estado viendo a lo largo de esta breve reflexión, el destinatario por antonomasia del cuento es el público infantil, aunque hay también autores que no están de acuerdo con esta afirmación, entre los cuales se encuentra Tolkien, del que ya hemos hablado. Con esto no estamos diciendo que el adulto esté psicológicamente inhabilitado para disfrutar con la lectura de los cuentos; al contrario, se ha demostrado que el hecho de que un adulto relea uno de los cuentos que ya había leído en su etapa infantil, estimula múltiples niveles de lectura: el cuento se presta a ser interpretado de manera distinta por el mismo individuo en fases sucesivas de su vida, al tiempo que le permite tomar conciencia de su propia evolución psicológica, lo cual resulta una cuestión tan interesante como positiva.

  

  

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NOTAS

 

1. Charles Perrault, al igual que los hermanos Grimm (Jacob, 1785-1863; Wilhelm, 1786-1859), alemanes, y el danés Hans Christian Andersen (1805-1875) basaron sus cuentos en relatos, leyendas y mitos que la tradición oral contaba a lo largo de Europa y que ellos recopilaron y reescribieron atemperando en muchos casos la crudeza de las versiones orales originales. La temática común de los cuentos populares tiene como trasfondo el inconformismo que reinaba entre las gentes de condición humilde, descontentas con su situación, por ello que la conclusión habitual de sus relatos sea un final feliz para darles esperanzas y aliviar su desencanto. Por general, los personajes que se emplean son hadas, ogros, animales que hablan, brujas, enanos, princesas y príncipes encantados, entre otros. Cabe destacar igualmente su intención moralizadora, ya que, al final de cada relato, el autor incluye una enseñanza moral relacionada con el contenido de cada historia, sin que ello les reste el encanto que los ha hecho vencer el paso del tiempo y que los ha convertido en las lecturas favoritas de los niños.

2. TOLKIEN, J. R. R. (1965): Tree and Leaf. Houghton Mifflin, Boston; cit. por Bruno BETTELHEIM (1977): Psicoanálisis de los cuentos de hadas. Traducción española de Silvia Furió. Editorial Crítica, Barcelona, 1994.

3. LANG, Andrew [ed.] (1889 y ss.): The Fairy Books. Longmans, Green Co, Londres; 12 vols.; cit. también por Bruno BETTELHEIM (1977). Vid. nota 2.

4. OK-RYEN-SEUM (1971): Psycho-pédagogie du conte. (Essai suivi de seize contes coréens). Éditions Fleurus, Paris; cit. por Bruno BETTELHEIM (1977). Vid. nota 2.

  

  

      

    

José Antonio Molero Benavides (Cuevas de San Marcos, Málaga). Diplomado en Maestro de Enseñanza Primaria y licenciado en Filosofía y Letras (sección: Filología Románica) por la Universidad de Málaga, es, en la actualidad, Profesor Honorífico (Cum Venia Docendi) de la Universidad de Málaga.

Desde que apareció su primer número, está al frente de la dirección y edición (en su versión web) de GIBRALFARO, revista digital de publicación trimestral patrocinada por el Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte de la Universidad de Málaga.

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral de Cultura. Sección 3. Página 12. Año XVI. II Época. Número 98. Octubre-Diciembre 2017. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2017 José Antonio Molero Benavides. © Las imágenes han sido tomadas, a través del buscador Google, de diferentes sitios de Internet y se usan exclusivamente como ilustraciones del texto. Los derechos de autor que pudieran concurrir sobre ella sorresponden a su(s) creador(es). Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2019 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte, adscrito a la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Málaga & Ediciones Digitales Bezmiliana. Callillón, 3, 3, Ático G, Rincón de la Victoria (Málaga).