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DE LAS NOVELAS DE CABALLERÍA A EL QUIJOTE.

PENSAMIENTO E INTERPRETACIÓN A PARTIR DEL “JOVEN CABALLERO EN UN PAISAJE”, DE VITTORE CARPACCIO

   

Por Carmen María López López

   

  
                                                                       
 

"El Joven Caballero en un Paisaje" (1519), cuadro de Vittore Car-paccio. Museo Thyssen-Bomemisza, Madrid.

 
  

E

sta es la imagen de un tiempo detenido, de un caballero que “parece” —y ahora se verá por qué sólo parece— tener en su espada las claves de la caballería, el arte de la caballería, el arte de la vida… porque, en el fondo, es un personaje con la mirada perdida, que no sabemos muy bien por qué nos transmite un sentimiento de desasosiego, una sensación de vacío moral, de crisis espiritual, de desatino místico…

Nos interrogamos a propósito del cuadro porque la pintura también es poesía, también es literatura. La pintura es poesía muda, una poesía que, aunque en silencio, nos pide a gritos que la escuchemos, que la interpretemos, que le demos un sentido y no la dejemos morir en las paredes de un museo adonde va mucha gente por plena voluntad para dejarla pasar, para no entenderla, para no interpretarla… para no darle vida ni dotarla de sentido.

Este caballero cobró vida en el siglo XVI, cuando el pintor Vittore Carpaccio (Venecia, c. 1465-1525/26) quiso hacernos partícipes de la situación en que se encontraba la caballería, ya en declive en aquel tiempo. No hay más que recordar que por esa época ya estaban circulando el Quijote de Cervantes y su crítica mordaz y paródica a las novelas de caballería. Por tanto, el caballero del pintor Carpaccio puede representar la crisis de valores de la caballería, el momento de caos que estaba atravesando, su hastío, su situación de acabamiento, de aniquilamiento como género literario, y no sólo como género literario, sino como fundamento teórico y social de la gente del Medievo, que disfrutaba leyendo esas novelas de caballerías (póngase como ejemplo el mismo Amadís de Gaula, que ya nadie recuerda, que ya nadie lee, que ya nadie comprende).

La caballería, por aquel entonces, se incluía dentro de un mundo trasnochado, absolutamente anacrónico. Los ideales se habían ido modelando a lo largo de los siglos y también la filia por ciertos ideales. El hombre del siglo XVI ya no creía en la caballería, en ese mundo fantasioso y fabulístico que, ambientado en el ciclo artúrico, cobró gran pujanza a partir del siglo XI. Por tanto, la mirada perdida de este caballero es el fiel reflejo de los laberintos de su alma, es una mirada desolada ante la situación de vacío sociológico en que se encontraba la sociedad de la época.

El paisaje también colabora a perfilar esa situación de desolación y acabamiento. Se trata de un tiempo de oro viejo y detenido, de un tiempo que pasó, abriendo paso a la añoranza y la nostalgia. El paisaje resulta idílico, una especie de Paraíso Terrenal, el Jardín del Edén, en el que todo hombre podría gozar de los frutos más prohibidos, deleitarse con la belleza, admirarse del valor de la naturaleza, envuelto en ese halo de pura convención idílica, de paraíso terreno, de salvación anticipada.

En ese Jardín del Edén —en el que encontramos, al fondo, el árbol del Bien y del Mal—, todo hombre podría ser feliz, alcanzar esa dicha que al caballero del cuadro parece estarle vedada. ¿Por qué? Porque una línea casi imperceptible lo separa de ese paraíso terreno, paraíso al que nunca podrá acceder, porque ya se han truncado sus ideales, porque ya no hay lugar para la caballería, porque toda la orden de caballería ha muerto, el propio tiempo la ha devorado, condenándola al más triste olvido.

  
                                                                                           
  

El personaje, a pesar de que aparenta ser un guerrero por su armadura, un miembro importante de la caballería, se desdice de este oficio por todo lo demás: su actitud, ni fiera ni firme; las hechuras delicadas de su cuerpo; la expresión melancólica de su rostro; las manos nada curtidas que desenvainan la espada... Toda su figura carece de credibilidad cuando escrutamos el gesto que se dibuja en su rostro.

Aunque el caballero parece insertado en el propio paisaje, Carpaccio deja muy claro que pertenece a un mundo muy distinto, a un ambiente completamente ajeno a ese Jardín del Edén. De hecho, el personaje, ese caballero de mirada perdida, parece incluido en esa escena de forma antinatural, como por capricho del pintor, pero no por voluntad propia. Este caballero nunca podrá disfrutar de las delicias de este paraíso, estará condenado a quedar congelado en un momento eterno: el de la visión del propio cuadro. Así, por nuestros actos, dentro de ese Jardín del Edén podemos condenarnos o salvarnos. Esto entronca de forma fabulosa con las creencias de la época de la sociedad medieval y el mundo románico, de su creencia en la divinidad y del sentido de la vida como purgatorio para alcanzar otra vida mejor tras la muerte. El sentido de la vida lo otorga Dios, y la muerte es una maravilla porque supone ese encuentro místico con Dios.

Se trata, pues, de un ser material, de un ente desubicado, un caballero en un mundo donde ya no apenas existe la caballería, lo que provoca un vacío sociológico y el parón definitivo de su tiempo corto y frágil de existencia humana.

No sabemos el devenir de este personaje, de este caballero, pero sí podemos acercarnos a la intención del autor al realizar esta obra. Se trata de una crítica de valores vinculada a un hecho crucial: la muerte de la novela de caballerías como género pujante en siglos anteriores. Nos encontramos en un siglo XVI donde priman otras formas de ficción, en un Renacimiento en que hay pastores que abogan por el bucolismo y por la recuperación del mundo clásico. Pareciera que el Medievo y la sociedad románica hubieran quedado apartadas, aparcadas y fosilizadas como periodo histórico, social y cultural de nuestra historia. Este caballero pintado por Carpaccio es un símbolo, un prototipo de caballero medieval que lucha por la orden de caballería, que vive en un mundo legendario que hunde sus raíces en el ambiente bretón de la corte del rey Arturo. Pero ya todo eso ha muerto, se despeña por un precipicio, por un promontorio que conduce al más triste olvido.

Carpaccio, al realizar esta obra, sueña mundos posibles que, a través de la espada, pretende que sean reales. Esta literatura es del honor, de la valentía, del amor cortés. Una literatura que —quizá— recuerda con nostalgia, y puede que, sin darse apenas cuenta, una lágrima de nostalgia le sale el paladar. Porque este tipo de literatura incendió el corazón de mucha gente, les infundió en su hálito una llama de vida incontestable, un anhelo de sueños indecible. Con esta apología de los caballeros andantes, con esta fugaz ensoñación nostálgica de lo que fue y ya no está, Carpaccio también hace que nos preguntemos algo crucial: ¿Qué habrá de pasar para que volvamos a creer en la figura del caballero?

Probablemente nada. Quizá nuestra propia crítica de valores ya no tiene en estima esta figura tan de antaño anhelada. Quizá todo se reduzca a eso, a un puro devenir evolutivo de ensoñaciones que nos parecen reales. En cualquier caso, siempre podremos mirar su obra, esta obra del pintor Carpaccio y crear un imaginario antropológico, nuestro imaginario antropológico para advocar un poco  lo pasado, para rendir homenaje a aquellos ideales que nos miran con descaro y nos piden clemencia desde tiempos inmemoriales.

  
                                                                                           
  

   

   

 

     

 

   

   

Carmen María López López. Graduada en Lengua y Literatura Españolas (con Premio Fin de Carrera) por la Universidad de Murcia. Becaria de Colaboración (2012-2013) en el Departamento de Literatura Española, Teoría de la Literatura y Literatura Comparada (Universidad de Murcia). Ha cursado un Máster en Literatura Comparada Europea (2013-2014), indagando en la interpretación de mitos, las relaciones entre Cine y Poesía, los Estudios Culturales y Crítica Postcolonial. Actualmente, se dedica a la investigación y prepara su tesis doctoral sobre narrativa española contemporánea.

   

   

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral de Cultura. Año XIV. II Época. Sección 4. Página 9. Número 86. Octubre-Diciembre 2014. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2014 Carmen María López López. © Las imágenes, extraídas a través del buscador Google de diferentes sitios o digitalizadas expresamente por el autor, se usan exclusivamente como ilustraciones, y los derechos pertenecen a sus creadores. Edición en CD: Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2014 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.