N.º 67

MAYO-JULIO 2009

10

  

  

   

   

   

   

   

ELÍAS DAVID CURIEL

“Ebriedad de nube”: inmanente y frágil, alumbra el cielo enlunado del poeta

   

  

Por María Cristina Solaeche Galera

   

   

   

«Porque no hay muerte, sino vida

del lado allá del canto, del lado allá del vuelo,

del lado allá del tiempo.

El muro de la tarde ―atardecido en nuestra tarde―,

apenas una línea blanca junto al campo

y junto al cielo.»

FERNANDO PAZ CASTILLO

   

 

E

lías David Curiel, descendiente de sefarditas recalados en Venezuela a comienzos del siglo XIX, constituye una presencia especialmente particular en la poesía de este país. Su obra, junto con la de José Antonio Ramos Sucre, se constituye con toda legitimidad en precursora de la modernidad de las letras venezolanas, porque, como leemos en múltiples escritos, Curiel es creador de un universo poético de altísima originalidad, decididamente nuevo y definitivo, en el que sentimos que, más allá de las proposiciones o hallazgos formales, estamos situados ante un espacio de revelaciones y ante la experiencia de vida de un auténtico poeta.

  

Los sefarditas de Coro

Elías David Curiel, poeta, maestro preceptor de escuela y periodista, nace el 9 de agosto de 1871, en Santa Ana de Coro, la ‘ciudad raíz’ de Venezuela o ‘Ciudad Mariana’, flanqueada por los médanos, la sierra  y el mar Caribe. Su padres fueron judíos sefarditas provenientes del judaísmo reformista de Holanda, que se exiliaron en la isla de Curaçao, colonia holandesa desde hacía casi dos siglos, de donde se trasladaron después a Coro, Estado venezolano de Falcón, en 1824.

   
      

 

Elías David Curiel (1871-1924), sefardita de origen y precursor, junto a José Antonio Ramos Sucre, del Modernismo poético en Venezuela.

   

Recordemos tres momentos críticos que tuvieron que padecer los sefarditas en esta ciudad: los meses últimos de 1831, cuando circulan panfletos insultantes llamando a expulsar del país a todos los judíos, con amenazas de muerte y agresiones a sus  hogares. Más violenta aún fue la persecución de 1855, cuando de nuevo aparecen los xenófobos pasquines pidiendo la expulsión de todos los judíos, acusándoles falsamente de monopolizar el comercio, acaparar el dinero, empobrecer al pueblo y ser irrespetuosos con la fe católica.

Como consecuencia de estas persecuciones, se produjo un éxodo casi generalizado de los judíos; muy pocos se refugiaron en las zonas rurales del Estado de Falcón. En 1891, cauterizadas y olvidadas en parte las heridas, los descendientes de estos sefarditas eran ya en esa ciudad escritores, poetas, promotores culturales, exportadores e importadores, farmacéuticos, mineros, jueces, concejales y agentes de libros y revistas traídos del extranjero. Tuvo lugar un encomiable apogeo de centros difusores de las artes y las letras y se realizaron uniones mixtas, pero no pudo lograrse un plena libertad religiosa para el sefardí. Elías David Curiel era coriano, pero de origen sefardita, y, como tal, sufrió dramáticamente los hechos antes expuestos durante casi toda su vida.

En 1900, acontece el tercer y último incidente antijudío en Venezuela, en esta ocasión azuzado por el cura José Dávila y González y el general Ramón Ayala, jefe civil del Estado de Falcón. Aquél, a través de una carta pública, incitó a expulsar de nuevo a los judíos que se quedaron y a los que regresaron tras la primera expulsión. Pero ahora, ya en los umbrales del siglo XX, esta llamada no halla eco entre las gentes; por primera vez, Coro defiende a la comunidad judía. Nunca podrá obviarse el alto nivel cultural y comercial que a nuestras tierras aportó la etnia judía; negarlo sería un dislate.

  

Sus obras

Elías David Curiel estudia en el Colegio Federal de Varones de su ciudad natal, en donde luego va a desarrollar su labor educativa, y, además, es fundador y director del Colegio de Coro.

Crea el semanario La Cantera con la colaboración del poeta Antonio José Hermoso y es redactor jefe del diario El Día. El 25 de abril de 1905, lo comisiona el presidente del Gobierno regional para componer la letra del himno del Estado de Falcón, del cual es su creador.

En entregas sueltas y dispersas, publica en múltiples revistas de la época, como la coriana Armonía Literaria; en diversos periódicos y en la notoria publicación El Cojo Ilustrado (1892-1915), una de las grandes revistas literarias de Hispanoamérica con un propósito central: servir de enlace entre Venezuela y el resto del mundo. Curiel escribe en esta revista de 1896 a 1914, y en ella comienzan a aparecer poemas de su autoría en los números 236 (1901), 293 (1904) y 347 (1906), en el que se le dedica toda una página. A partir de entonces es cuando se le admite como colaborador.

   

Publicación de sus obras y reconocimientos póstumos

Póstumamente, en 1944 aparece la primera publicación de un conjunto de poemas de Elías David Curiel. Se trata del poemario Poemas en Flor, antología poética seleccionada con gran acierto por Rafael Vaz y editada con el patrocinio del Gobierno del Estado de Falcón durante la etapa presidencial del Dr. Tomás Liscano.

Casi veinte años más tarde, en 1961, tiene lugar la segunda publicación de composiciones del poeta coriano. En esta ocasión, el poemario recoge una recopilación de Luis Arturo Domínguez, quien también anota la antología, y aparece con el título de Obra Poética dentro de la ‘Biblioteca Falconiana’ de Ángel Miguel Queremel, colección que se edita con el patrocinio del Ejecutivo del Estado de Falcón. En esta publicación se incluyen tres poemarios: Apéndice Lírico, Música Astral y Poemas en Flor, este último ya publicado en 1944.

Una década después, en 1971, Ramón Antonio Medina, entonces gobernador del Estado, lanza una nueva edición, la llamada «edición azul», en la que, a los tres cuadernos anteriores, se añaden un ‘mea culpa’ y una prosa poética. En 1974, por iniciativa del Ejecutivo Falconiano y preparada por Ernesto Silva Tellería, la empresa tipográfica Gráfica Herpa publica el compendio lírico Obras Completas, siendo ésta la primera publicación de la ‘Biblioteca de Autores y Temas Falconianos’.

En 2003, aparece Ebriedad de Nube, una publicación conjunta del Ateneo de Coro, la Dirección General de Cultura y Extensión, la Universidad de los Andes, la Biblioteca ‘Oscar Beaujon Graterol’ de Coro, la Biblioteca Nacional Febres Cordero de Mérida, el CONAC y Ediciones El Otro, El Mismo. Esta publicación contiene Poemas en Flor, Música Astral, Apéndice Lírico, Apuntes Literarios y Poemas Inéditos. El prólogo está firmado por Egla Charmell y El Discurso del Insomnio, dedicado a la obra del poeta, pertenece a Enrique Arenas.

Este poemario es precisamente la fuerza seductora que motiva la redacción de este breve ensayo sobre la obra poética Elías David Curiel.

    

Su temática: Precursor del Modernismo poético venezolano

Desde muy niño, el poeta coriano está marcado por el aburrimiento, el tedio del ambiente del medio, aunado a ello, la sobriedad familiar y las prohibiciones sociales, dadas las circunstancias ya referidas de su origen judío: no va al pozo como los otros niños, no juega al trompo en compañías infantiles, no eleva papagayos multicolores ni se reúne con otros chavales:

  

     Es el camarote de un buque mi estancia,

donde retrosinglo derecho a mi infancia.

     Mi niñez no supo de hermosa cometa

ni de la peonza que ritma el planeta,

ni nunca en la copa del árbol subido,

saqué los piantes pichones del nido,

ni fui con los otros rapaces al pozo.[1]

 

     Nací poeta. En mi niñez temprana,

cuando aun la savia intelectual germina,

vibró en mi ser conmoción divina

que transfigura la materia humana.

 

     Y en esa edad en que la voz es vana

copia de lo que el alma se imagina,

la flor del estro me clavó su espina

y me anunció los frutos del mañana.[2]

  

Apenas asomado al umbral de su casa, el joven Curiel saluda cortésmente a vecinos y amigos. Vive siempre de espaldas a la ardiente y árida geografía del paisaje falconiano donde habita. En sus poemas apenas menciona a Coro, o sus médanos, sus cujíes, sus palmeras, sus oasis. Nada en absoluto: su mirada va dirigida hacia dentro, es una mirada profundamente interior, entre misterios y arcanos.

Por otra parte, al joven poeta le toca vivir un momento histórico políticamente colmado de conflictos constantes entre los caudillos de turno y sus diferentes facciones, en un ambiente desentendido de la poesía, donde la primera y única preocupación de la clase dominante y de la sociedad pudiente es hacer dinero, ampliar sus intereses económicos y fortalecer sus mercados.

Consecuentemente, el pragmatismo y el utilitarismo son tornan en dueños de la ciudad coriana: se pierde la lengua madre y el tiempo religioso, desaparecen usos en la vestimenta y costumbres culinarias, y una hibridación no deseada por ellos se apodera como un pulpo cuyos tentáculos apenas permiten la más leve respiración.

Y la cábala, en forma de una criada hechicera, le augura su destino en la borra del café:

 

     Y la negra fámula adivinadora

que previó en mi horóscopo una mala hora,

leyendo la cábala oscura que traza

el turbio residuo de café en mi taza.

 

     ¡Oh, mi alma, sueño de un dios, incoherencia

de un dios atediado de su omnipresencia![3]

 

Y la madre…

 

     Mi madre dormía y oyó mi lamento,

y llegó, en puntillas, y entró en mi aposento.

     Ungióme la frente su heroica ternura.

     No  vino mi madre, sino su escultura:

una diafanísima estatua de hielo,

de ojo infinito cargado de cielo.

[…]

     Mientras por la casa voy de Ceca en Meca,

hila que deshila mi madre su rueca.[4]

   

En el mundo del intelecto, apenas se le presta atención: no es precisamente la literatura lo que agita el  espíritu de los hombres y mujeres de su espacio en esa época, y el poeta no está hecho para los discursos retóricos, ni la religión como patrimonio de costumbre o ritual ocioso, ni la inteligencia para el auxilio material del poderoso.

Su físico representa genuinamente a Israel: el rostro ovalado, los ojos abstraídos, la nariz corva, la barba rubia rojiza. Un aspecto hierático de profeta arrancado de la Biblia o de un bohemio impenitente, generalmente descuidado en su vestimenta, adusto, conversando consigo mismo cuando transita las desiertas y polvorientas calles de la Coro provinciana de esos años, con los pórticos y ventanales aparentemente cerrados observándole mezquinamente, sin tener idea de que él era (y sería) uno de los mejores poetas, el precursor de nuestra modernidad lírica venezolana:

  

     Vivo vida monótona, la calma

de la muerta ciudad que fue mi cuna,

en donde emparedada, como en una

bóveda ardiente, se me asfixia el alma.

 

     Floreció en numen en mi estéril calma.

Fue la aridez de mi región la cuna

de mis estrofas, donde encuentro una

linfa de amor para la sed del alma.[3]

 

      Desorientado en medio de la llanura

desolada, no encuentro dirección,

pues no hay polar estrella, ni tengo brújula,

ni el Orto sombrío despunta el Sol.

 

     Camino largo estrecho, camino mucho,

del imprevisto acaso siempre a merced;

y cuando la fatiga detiene el rumbo,

siempre en el mismo sitio me hallo de pie.[4]

  

El sol, resplandeciente, color oro y acosador en las tierras corianas, es dueño y emperador de sus vigilias y duermevelas.

  

     En tanto el Sol, parhelia de Dios, arde en fecundo

amor, y es el espejo de oro de Ben-David:

Mesías, cuya diestra porta la paz del mundo

y en cuyo ser comulgan el trigal y la vid.[5]

 

     El espolvoreo del Sol fumigante

mis puertas hendidas rayo de diamante.

salgo de mi hipnótica vigilia, y no acierto

si he estado dormido o despierto.[1]

 

La luna adquiere preeminencia, se adueña de la luz solar, y Sirio es la estrella donde el poeta hace morada de sus antecesores.

 

Y dijo Apolo a Eros:

     —Partamos la noche, como una fortuna,

coge los luceros y me das la Luna.

     —¿Qué harás con la Luna? —pregunta el Crisenio.

     —Alumbrar la alcoba de Psiquis. ¿Y tu con los astros?

     —Empedrar la ruta zafírea en que el genio

ha de imprimir sus rastros”.[6]

  

Recordemos que, en Venezuela, el Modernismo es un movimiento tardío, su influencia se deja sentir después de la Primera Guerra Mundial. Y, lógicamente, no podía pasarse por alto la presencia literaria de Elías David Curiel en el contexto del Modernismo como su precursor venezolano, al lado de José Antonio Ramos Sucre.

En la forma, el poeta coriano crea nuevos metros, cultiva el verso libre y el soneto, sangra el primer verso casi siempre y titula todos sus poemas; aligera la sintaxis, recurre tanto a neologismos como arcaísmos, a veces utiliza indistintamente la «g» y la «j», siguiendo la gramática de Andrés Bello y muestra gran afición por el exotismo.

Por otra parte, y en lo que al contenido se refiere, escribe en varias inflexiones con un mismo ímpetu y una complejidad extraordinaria, introduce en la lírica de nuestro país elementos filosóficos, metafísicos, de la mitología grecolatina y de la tradición hermético-cabalística de origen hebreo. Hebraísmos del Zohar y la Cábala en la creencia de que todo el universo es Dios, del neoplatonismo que renueva la filosofía platónica influenciada por el pensamiento oriental y de las doctrinas místicas del sufismo:

  

     Y quizás es tal vez, tal vez seguro

Que, detrás del aspecto de las cosas,

vivan las almas en las cosas presas.

[…]

     Antes de que el Cosmos fuera y fuera el alma,

¿qué fue nuestro sistema de ocho mundos

que fecundiza el Sol, como áurea palma

de luz. ¿Mares de lodo?

¿Es todo igual en el inmenso Todo?[7]

  

Elías recoge distantes ecos y los rehace en un haz con reminiscencias teosóficas, iluminado por una divinidad y, unido a ello, incluye el helenismo.

Escritor religioso, en continua búsqueda de respuestas a las dudas angustiosas de la fe, y poeta metafísico que se apropia como refugio de identidad del lenguaje, conservando los rasgos de la veneración de su raza por encima de las referencias regionales o nacionales, carga como una cruz con la gesta de su casta, la diáspora de su religión y sus tradiciones, cruz que hace más agobiante aun su terruño, donde es casi excluido de publicaciones, de las críticas literarias, el reconocimiento y de todo aquello que puede alegrar el alma escribiente, con apenas algunos gestos aislados:

  

     Oh, Dios mío, el alma  se me ha puesto obscura,

pues, como a un abismo, me asomé a otra alma,

y quise, curioso, bajar a su hondura

por el tronco esbelto de la mística palma

que desde su fondo se eleva a la Altura.[8]

 

Las evocaciones dolientes de la infancia no compartida con otros párvulos, cierto presagio de la muerte dilatada en la vejez y sus implicaciones en la moral como redención y el entorno sin transición entre la vigilia y el sueño, entre la vida y la muerte.

La casa, el hogar de sus mayores y la presencia de sus antepasados se sitúan en el centro de los versos del poema. Atávico en las  semejanzas con los antepasados lejanos y los ascendientes remotos, sin necesidad de nombrar la tradición que le negaron:

 

     Esposo, hijos y padres. Los abuelos:

granos de trigo de generaciones

que aventó Cristo de remotos suelos

a la tierra solar de los cardones.[9]

  

Toda su poesía es muy rica en sentencias breves y doctrinales, en aforismos, señales todo ello de un sincretismo que intenta conciliar en su interior diferentes doctrinas, ofreciendo heterodoxias mediante las cuales se manifiesta disconforme con sus dogmas, inconforme con la doctrina fundamentalista de las sectas o los sistemas religiosos, con las doctrinas o prácticas generalmente admitidas, en versos donde propone juntar a Pan y a Cristo en una sola creencia. Y es precisamente ese sincretismo una de las avasallantes fuerzas del Modernismo en su capacidad para «terciar armoniosamente» tendencias opuestas y lograr conciliar lo inconciliable, un motivo más que hace de Curiel un iniciador del Modernismo en estas tierras.

Discurre poéticamente sobre la existencia, los principios, la creación, Dios y las causas primeras, con una densa indagación ontológica que trata el ser y sus propiedades trascendentales en un soporte de múltiples caras cada una con sus interrelaciones, mostrándonos la audacia de su escepticismo, la agudeza de su ironía y el alcance literario de su valentía.

   
      

 

Tumba del poeta Elías David Curiel, en Coro, Estado de Falcón, Venezuela.

   

Me atrevo a afirmar que nunca en la poesía venezolana que se escribe entre 1870 y 1920 se había alcanzado tan alto nivel de captación de lo poético desde esa complejidad y densidad simbólicas, desde ese juego de múltiples códigos que se entremiran y entrehablan, como se aborda en los textos del poeta falconiano. Elías David Curiel es una ‘rara avis’ en el panorama de la poesía modernista y posmodernista latinoamericanas.

Para Enrique Arenas, Curiel es un poeta órfico que nos muestra un orfismo infinito ausente de lógica, adentrado en los misterios de la antigua Grecia que se caracterizan esencialmente por la creencia en la vida de ultratumba; y en la metempsícosis, doctrina religiosa y filosófica de algunas escuelas orientales renovadas por otras de Occidente, según la cual el alma transmigra después de la muerte a otros cuerpos, conforme a las valías alcanzadas en la existencia anterior.

Detecta sus fantasmas, les teme, luego los sublima, los hace sus compañeros entre el desvelo y el sueño, este poeta suprasensible e intuitivo, aguzado por su hiperestesia.

Sobre los recursos que la mitología le brinda, se muestra muy versado en ella y parco a la vez, sugiriendo al lector el sentido palmario. Hace de una metáfora el mito de Psiquis tan recurrente en el Modernismo:

  

     Pero es mejor, Psiquis, que nunca el reflejo

de tu efigie copie mi espejeante musa,

pues quizá en el limpio cristal del espejo

contemples el rostro mortal de Medusa.[10]

 

     ¿Pero adónde irá Psiquis? De estrella en estrella,

quizás una noche deshile su huella,

como el meteoro

su ovillo del oro;[11]

  

La poética de Curiel es muy cercana a la teosofía y a diversas doctrinas religiosas y místicas que creen estar iluminadas por la divinidad e íntimamente unidas con ella. Recordemos el Zohar cabalístico de aliento místico, la nueva Biblia de los sefarditas, que no impide aproximarse al cristianismo ni reducir su exaltación estética helenística. El poeta, en su periplo indagatorio, cuestionador, suplicante al universo, a la creación, a sí mismo, se construye en cada verso, en cada vocablo.

Elías David Curiel quiere contarnos a través de sus versos no sólo su origen sefardita, sino también referirnos su pertenencia a los «poetas solitarios», a la cofradía de los «poetas malditos», heridos fatalmente por el alboroto mundanal, la violencia, las trivialidades y el destino:

  

     Mi alma, ¿quién eres?, ¿quién serás?, ¿quién fuiste?

¿En qué astro remoto tuviste tu cuna?

¿Por qué las estrellas te ponen tan triste

y te nostalgizan los claros de luna?

[…]

     Muéstrate desnuda, como arde el lucero

diamantino, en pálido crepúsculo rosa:

serás luminosa si tu ojo es sincero;

mas si tu ojo es falso, serás tenebrosa.[10]

 

Lo recuerdan sentado a la puerta de su solariega casona colonial, abstraído, con la mirada vaga perdida en un mundo lejano, creando un universo poético de altísima originalidad, con la vista extraviada en otras dimensiones, donde cree encontrar una ventanilla por la que atisbar el mundo de otra manera.

«…los versos de Elías David Curiel tienen el romanticismo de Musset, inquieto y sensual, y las profundidades, en veces impertinentes de Baudelaire. Y sobre todo, una marcada influencia de la Biblia, con su grandeza, desolación y erotismo», dice Fernando Paz Castillo, mientras Ennio Jiménez Emán afirma que Curiel es el «Dueño de un temple ocular pocas veces alcanzado en nuestras letras».

Magnifica el misterio en el orden de la creación y más allá de ella, y los fantasmas familiares, las angustias existenciales, lo sorprenden en su insomnio:

 

     Pero de pronto la implacable duda,

cual negra nube, por mi frente pálida

cruza y apaga el bendecido ensueño,

como a la antorcha la violenta ráfaga;

como la sorda vibración de un trueno,

ruge en mis labios la blasfemia amarga;

y tengo en ese maldecido instante

los ojos llenos de ardorosas lágrimas,

inundada de sombras la conciencia

y llena de relámpagos el alma.[12]

 

La ética es una constante en su poesía, pero una ética de raíces comunitarias, tal como la ejercieron rigurosamente los judíos que habitan en la ciudad de Coro.

En el amor y el erotismo, Elías David Curiel pulsa las cuerdas melódicas y los graves bordones para la mujer, que tiene para él algo de sobrecogedora, de luna, de efigie esculpida en mármol, y sus encuentros con ella son alegorías míticas o portezuelas que, al trasponerlas, abren los límites a los extremos de su corazón con el ardor punzante de la lujuria que lo remueve con estremecimientos:

 

   Amo la boca en que arde

la púrpura del beso

y las pupilas húmedas

de rocío y de fuego.

 

   Amo la carne rosa

del mal velado seno,

y el poema que ritman

las curvas en el cuerpo.

 

   Amo los brazos, víboras

de tentación que al cuello

se enroscan y acarician

la nuca con los dedos.[13]

 

   Y es vivir dentro del agua

el deseo con que fragua

mi alma todos sus placeres

entre flores y mujeres

transparentes como el agua.[14]

 

     Ven y bríndame en tu seno

una copa de veneno,

olorosa como el heno

acabado de cortar.

  

     Treparé las breves lomas,

morderé las ígneas pomas,

y creeré que las palomas

se comienzan a arrullar.[15]

 

     Boca que es brasa de ciprina hoguera;

el seno, orbe de nácar; la vellosa

nuca, al mordisco, sazonada pera.

Maravillosamente silenciosa.[16]

   

Olvidos inexplicables

En 1941, Miguel Otero Silva reclama a Otto D’Sola y Mariano Picón Salas haber desconocido a Curiel al haberlo omitido en la Antología de la Moderna Poesía Venezolana. Y, al consultar bibliografía, encuentro que Rafael Arraiz Lucca, en su magnífica obra El Coro de las Voces Solitarias, una historia de la poesía venezolana, lo ignora en su capítulo VII, titulado «El Modernismo entre nosotros», justamente a él, la voz solitaria de ese eco de la poesía venezolana; precisamente a Curiel, el poeta que, junto a José Antonio Ramos Sucre, puede ser considerado con toda legitimidad el precursor del Modernismo en las letras venezolanas. Por otra parte, Douglas Palmas, en su Antología de la Poesía Venezolana, en el apartado tres, cuyo título es «Hacia la Modernidad», tampoco cita a Elías David Curiel, a pesar de ser el Modernismo uno de los movimientos literarios en Venezuela que posee más estudios.

La vida está colmada de inercias, vértigos, soledad, arbitrios y derrotas. El ser humano vive enigmáticamente en sociedad con su prójimo más allá de toda necesidad cuestionable; es acaso su único refugio en la drástica soledad del mundo y, al mismo tiempo, lo que con su cercanía le produce inquietud y hasta temor; lo sabe muy bien nuestro poeta Elías David Curiel: para él, solamente la poesía es capaz de proporcionarle momentos de vida que le permiten recalar de vez en cuando en la otra orilla en la cual «pareciera dejarse de existir».

  

Y… su final

El poeta se suicida el 28 de septiembre de 1924. Curiel, alma difícil de contentar, alma a la que la angustia existencial colmó y arrebató la existencia misma, está enterrado en el cementerio judío más antiguo de toda la América del Sur, un cementerio ubicado en el Estado de Falcón, en Venezuela.

 

     Un poeta en su mísera buharda,

con la mirada, en apariencia torva,

la hora sombría del sepulcro aguarda,

de toda idea y de emoción vacía,

     Su alma errabunda en lo indeciso flota,

y el rumor de la eterna sinfonía

no halla en el arpa de sus fibras nota.

[…]

     Para curar la enfermedad del tedio,

el estremecimiento momentáneo

que precede al instante del suicidio;

porque en esa tremenda sacudida

debajo de la bóveda del cráneo

hay una gran concentración de vida.[17]

 

Hay una obligación, hay una suerte de deuda de todos los interesados en la literatura para con este poeta venezolano, para con su obra poética, nuestra cultura y para con la Patria Literaria. Al leer de nuevo o por vez primera su obra, estamos embelleciendo el alma y enriqueciendo nuestro conocimiento sobre el quehacer poético del Modernismo en Venezuela,  ya conociendo, ya recordando a un poeta muy exclusivo, donde sus quimeras se convierten en leyendas y su realidad personal se evapora en el ardor propio de su propio verso:

  

Y se muere el ruiseñor

en pianísimo cantar,

en que se ha puesto a llorar,

perla a perla, mi dolor.

  

  

  

  

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NOTAS

1. Al través de mi vida.

2. Revelación.

3. Zona Ambiente.

4. Desorientación.

5. La voz del silencio.

6. Fantasía musical

7. Más allá de la vida

8. Imploración

9. Sombras de idea.

10. El canto de la noche.

11. Psicogonía

12. En la sombra.

13. La tristeza de la carne.

14. Onda turbia.

15. A una adolescente.

16. Fragmentos de un poema inconcluso.

17. Alma lírica.

   

   

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Los fragmentos poéticos intercalados en el textos se han tomado de Ebriedad de Nube. Poesía, antología publicada por Ediciones ‘El Otro, El Mismo’, e impresa en Producciones Karol, C. A., Mérida, Venezuela, en 2003.

   

   

     
     

MARÍA CRISTINA SOLAECHE GALERA (Maracaibo, Zulia, Venezuela). Licenciada en Educación (Mención Matemática), Magíster en Educación Superior, Licenciada en Matemáticas y Magíster en Matemática Pura por la Universidad de Zulia. Profesora Emérita Titular de la Universidad del Zulia, creadora de la Biblioteca de Cultura General “Teresa de la Parra” de la Facultad de Ingeniería Extensión Cabimas (1989) y miembro de la Comisión de Cultura General del Núcleo Universitario de Cabimas durante el periodo 1982-1990, actualmente es miembro, entre otras asociaciones, de “La Casa de la Poesía del Zulia”, La Casa de la Poesía “Mercedes Bermúdez de Belloso” y la Peña Literaria “César David Rincón”. Colabora en el apartado poético por Venezuela de la revista Sensibles del Sur, editada en Argentina. Entre sus publicaciones, cabe citar las siguientes: Un ceratias de Barro y Fuego (Ed. Astrea, Maracibo, 1992); Omar Khayyam: las Matemáticas, la Nada, el Vino y la Amada (EdiLuz, Maracaibo, 2002); “Amor asoma”, en la antología Verano Encantado (Centro de Estudios Poéticos, Madrid, 2002) y los poemarios Un Amor de Miel y Ajenjo (EdiLuz, Maracaibo, 2003), Poemas Ásperos y Oscuros (Astro Data, 2005) y el ensayo biográfico Vinicio Nava Urribarri. Un zuliano leal y un venezolano integral (Ed. Astrea, Maracaibo, 2009), entre otros títulos. En preparación, el poemario El verano de los tamarindos y el ensayo Cien Instrumentos Musicales Venezolanos. Su creación literaria ha sido reconocida con diversos premios y galardones, entre los que están: el “Vicente López y Planes”, Buenos Aires (2004); la Mención Peña Literaria “César David Rincón”, Maracaibo (2004); el Diploma del V Festival Mundial de Poesía. Peña Literaria “César David Rincón” (2008) y el Diploma del VI Festival de Poesía. Casa de la Poesía “Mercedes Bermúdez de Belloso”, Estado Zulia (2009).

   

   

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. II Época. Año IX. Número 67. Mayo-Julio 2010. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2010 María Cristina Solaeche Galera. © 2002-2010 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.

   

   

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