JULIO-SEPTIEMBRE 2015   

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LA CANÍBAL DETRÁS DE LAS MURALLAS:

ASCENSO Y CATÁBASIS (I)

   

  

Por Manuel Lozano

   

  

  

«...por un conocimiento admirable que yo no sabré decir...»

SANTA TERESA, Moradas del Castillo Interior.

  

  

¿Cómo entra en la fiesta la caníbal? ¿Cómo entra en el festín esta caníbal? ¿A través de qué pliegues, de qué puertas, de qué último intersticio?

Como en un Canto de Alabanza, ubicuo pero a la vez insondable en el tiempo, la caníbal se regocija tanto de sus fastos como de sus desechos. Alrededor y por dentro, mastica hasta deglutirse desde la piel a sus vísceras. Con cada fragmento de sí —con cada sorbo de su extrañamiento— preparará una fiesta. Con los desechos y con el esplendor, se tatúa. «...Solamente que no comas su sangre; sobre la tierra la derramarás como agua», leemos en el Deuteronomio 15, 23.

  

  

  

  

  

LLEGADA DE LOS INVITADOS

  

Y hace ya tiempo, demasiado tiempo que me escapé de la mano que trazaba mi fidelidad a un camino —que creía trazarlo—, y era ella misma un trazo terriblemente grave, asombroso, no menos lúcido que “las atroces divinidades de la tierra”, de Gustav Meyrink, un rostro envejecido por el día o la visión del hielo sobre las aguas de Virginia Woolf.

  

¿Cómo escribe la poiésis su biografía ficcional de eterna desterrada (mascarilla de supliciante) en la cueva? ¿Qué ilusoria fatalidad la lleva a concebir este mundo? Cuando mi mano dibuja la letra, está fundando un orbe: se recrea, solo al principio, la irrevocable voluntad del “es”, la primera pregunta sobre el deseo y su presencia. Después vendrán las aguas, mucho después.

  

El universo concentrado en el dibujo empieza por acecharnos: es decir, el irisado desdoblamiento desde la materia a la materia, errátil, primordialmente ávido por autoconocerse, por desplegar su condición caníbal, hunde sus uñas en la creación del cuerpo.

  

Desde la más antigua sumersión, me asombró el hambre de las palabras, esa hambre húmeda, tensionada, ligada a la omnipresencia de la ferocidad. ¿Pero qué idioma, Bizancio, me llevará a concebir la palabra inocente?

  

(Diario, New York, mayo de 1994).

  

  

  

  

  

Desde ese mismo instante inaugural, la ficcionalidad de las metamorfosis del mundo abrirá incontables caminos al simulacro de lo irreal. Los griegos hablaban de tháumata, los romanos de mirabilia. La escritura, entonces como largo laberinto de intensidades, muestra su corazón doble: tiempo y memoria en duelo circular, memoria y tiempo traicionándose insobornablemente hasta el error, hasta la apoteosis del error: el crimen.

  

«¿Quién?

¿Quién el errante que salga de mí,

cayendo en los barrancos del mundo

aún antes de haber llegado a su casa?

La perdida corona en el parque, la pérdida

haciendo sombra a todo el abandono

en los lagares de abandono antiquísimo

son ahora guijarros de universo.»

  

(De “La temida verdad del hombre músico”).

  

  

  

  

  

En esta creciente sumatoria e implosión de cronologías, ¿quién puede establecer fronteras entre las máscaras del yo personal y las del universo, desdeñando de antemano para este último categorías axiológicas demasiado evidentes? Ni siquiera para el ojo avizor de Berkeley y sus núcleos de conciencia, satisfacen dichos límites. Cito al Borges de El Aleph: «...Gradualmente, el enigma concreto que me atareaba me inquietó menos que el enigma genérico de una sentencia escrita por un dios. ¿Qué tipo de sentencia (me pregunté) construirá una mente absoluta? Consideré que aun en los lenguajes humanos no hay proposición que no implique el universo entero; decir el tigre es decir los tigres que lo engendraron, los ciervos y tortugas que devoró, el pasto de que se alimentaron los ciervos, la tierra que fue madre del pasto, el cielo que dio luz a la tierra. Consideré que en el lenguaje de un dios toda la palabra enunciaría esa infinita concatenación de los hechos, y no de un modo implícito sino explícito, y no de un modo progresivo sino inmediato (...) Sombras o simulacros de esa voz que equivale a un lenguaje son las ambiciosas y pobres voces humanas, todo, mundo universo».

  

«Óbolos, jardines, frontispicios,

ángeles de yeso, teorías, planeta oscuro,

cuerpos descompuestos, una flor en Birmania,

la voz del criminal que inventa al hombre

que ha de matar, el mismo dolor de la agonía,

un lenguaje del porvenir prescindiendo de las

                                                        /letras,

de los comunes lazos que unen la palabra

                                            /y el objeto,

del impreciso objeto.

No hay ojos de dios en este vasto manicomio.

  

Mi calavera y yo

recorren los caminos del Gran Basural

que es su memoria.»

  

(De “La sed multiplicada”).*

  

  

  

  

  

El nombre, objeto por sí mismo, se dirige hacia lo que es pérdida: su fuerza consiste en su transcurrir, la acción sucede a pesar de las prohibiciones. Alegoría del viaje, milenaria conciencia de la inmolación de otro idioma.

  

«Huida a lo traslúcido, a toda suciedad de simulacro, como a través  de las nervaduras de una gema distinta (siempre distinta), precipitada al infierno del iris. Nos han expulsado tantas veces del castillo, que nadie ya advierte nuestra huida, la furia del guardián, la nostalgia de las goteras en la celda, la lluvia enlodada contra los muros. Y vuelven la humedad, la sangre de la mano asesina, las piedras mojadas. Hay una careta china en el centro de una prisión altísima de ladrillos sin más presencia que la mía, sin más visitante que yo.»

  

(Diario, Ronda, España, febrero de 1993).

   

  

  

  

  

   El intento de regresar a los cuerpos que hemos sido, de invocarlos según nuestras escasas reglas, plantea un irisado tour de force en  toda poiésis. No necesariamente, como podría creerse, el intento remite a la niñez como paraíso perdido. Siguiendo el alto ejemplo de Eliot, o acaso, ¿por qué no?, de Lewis Carroll, solo deberíamos concebir la poesía girando desde todas partes, suprimiendo la abstrusa linealidad, hoy en boga más que nunca en este comienzo de siglo. ¿Por qué, entonces, no elaborar una genealogía y una gramática del cuerpo acorde con esta concepción especular?

  

«Alguna vez emergí de aquel jardín como de un mapa,

un mapa ciego roído por el humo

más exacto que yo (que la decorosa sombra que

                                         /acompaña a la piel)

y la gota de lluvia manchando este desierto.

¿A cuántos pregunté por la piedad,

con todas esas palabras como nervaduras filosas

codiciando del sueño su labor de asesino?

La invitación entró en la sala con su mueca de pavor,

golpeada y despedazada contra los acantilados.

¿Era mi cuerpo el negro sirviente

que en el margen del río lacera su costado?

¿Era mi cuerpo anterior a la palabra?»

  

(De “La herida interminable”).*

  

  
                
  

  

III

  

Sierva de los holocaustos,

anfitrión de todos los que pudren el alma,

a qué venís con el legado que encubre tu especie

y la derrumba.

  

  

  

IV

 

Este es el Paraíso bajo las aguas,

Nicho de Dios.

  

  

  

XVI

  

Atravesando un país en que es preciso arder.

  

  

  

XVII

  

Hiperión,

¿no ves ya a tu padre con su gloria de luto?

He salido de nuevo.

  

  

   

XXIII

  

Me ordenaron un destino: la desmedida muerte.

Pero al hijo -el inmortal- no podía alcanzarlo,

semejante precariedad ya no estaba en sus planes.

Descubrió que la madre y el padre eran uno.

  

(De “Asesinato de Adán”, principios de junio de 1993).*

  

  

*(Extracto del libro Bizancio bajo las aguas, de Manuel Lozano.)

  
                                         
  

   

     

       

MANUEL LOZANO (Córdoba, Argentina). Profesor de Literatura y Doctor Honoris Causa del Consejo Iberoamericano de Educación. Poeta, narrador, crítico literario, ensayista y conferenciante, ha publicado más de quince libros, que van del género fantástico al ensayo filosófico. Entre sus obras podemos citar Libro de Amenemope (Torres Agüero Editor, Bs. As.., 1987), La Línea y el Círculo (Ediciones Corregidor, Bs. As., 1988), Tratado sobre la Rotación de los Encantos (Libros de la Isla Iluminada, Barcelona, 1992), Las Caníbales, Jam Sessiom, El Enigma Silvina Ocampo (en prensa), Bizancio bajo las aguas (Ed. Sudamericana, Bs. As., en prensa), Todas las noches me traías gardenias (autobiografía ficticia de Billie Holiday), Mansión Artaud, Las caníbales, entre otras. Por su notable contribución a la investigación cultural y educativa, el Consejo Iberoamericano de Educación, con sede en Lima e integrado por universidades de Hispanoamérica, le ha otorgado el “Premio a la Excelencia Educativa 2004”, conjuntamente con los títulos de Máster en Gestión Educativa y el Doctorado Honoris Causa en Educación.

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral de Cultura. Sección 2. Página 6. Año XIV. II Época. Número 89. Julio-Septiembre 2015. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2015 Manuel Lozano. © Las imágenes con que aparece ilustrada la antología poética corresponden a cuatro cuadros (sin título conocido) del pintor Mateo Felipe. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2015 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.