OCTUBRE-DICIEMBRE 2015  

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JUNTO AL LAGO

   

Por Aurora López Gutiérrez

   

  

ERA UN BUEN día para volver a vivir. Uno de esos días de febrero en los que la primavera quiere comenzar su reinado, como siempre anticipado, en estas tierras del sur.

Estoy sentada junto a nuestro lago, como hago cada día desde que inexplicablemente te fuiste hace ya un mes y ocho días exactamente. Pero hoy... hoy es diferente. Hoy ya no he ido al banco de piedra donde nos sentábamos cogidos siempre de la mano, donde uníamos nuestros labios, sintiéndonos uno solo, formando parte de este lago... Hoy, he decidido contemplarlo desde lejos, en la distancia que me permite otra piedra, al otro extremo de la orilla, distinto punto de vista para un corazón que también ha cambiado.

¡Qué buen día para sacar al fin toda la pena que llevo dentro...! He decidido hundirla junto con tu recuerdo aquí mismo, en el fondo del lago, que, por cierto, está precioso, incluso sin ti. El agua azul turquesa brilla reflejando la luz de un día maravilloso, la brisa de poniente me acaricia suavemente, enredando mis cabellos y, de vez en cuando, deja al sol, tibio, cálido, adentrarse en mi piel. Ocasionales rizos que el aire dibuja en el agua hacen que el lago parezca un pequeño mar con vida propia; de su vientre nacen un sin fin de ánades y aves que remontan todos a la vez el vuelo en una espectacular danza sobre sus aguas, para luego, como si de una madre se tratase, volver a posarse delicadamente sobre su superficie para descansar y buscar alimento.

Sí, nada ha cambiado, excepto que tú no estás... Ya no formas parte de mi lago. Ahora escucho el silencio... silencio en mi corazón y silencio en el lago. Solo el canto de los pájaros me devuelve a la realidad. Tú no estás y ya no me importa. Es el primer día que pienso así, desde hace cinco años que llevo queriéndote. Cinco años de dolor, de encuentros a escondidas; una quinta parte de mi vida entregada a tus mentiras, derramando una pasión que ahora sé que no merecías.

  
                                       
  

No eras mío y yo lo sabía, pero tú me hacías creer que lo era todo para ti, y que algún día, quizás algún día, podríamos perder la cabeza y apartar todo lo que nos separaba para poder vivir nuestro sueño. Y ese día llegó. Durante siete meses estuvimos flotando en una luna de miel perpetua, tan deseada, tan perfecta, que parecía irreal. Y ahora sé que lo era. Después de partir en dos mi vida y entregarme por entero a ti, desapareciste, de la noche a la mañana, y sin previo aviso, para volver a tu pasado. Para volver a un lugar del que tanto trabajo, penas y tiempo te había costado escapar. No tiene sentido y  no puedo entenderlo... No, jamás lo entenderé.

Me sentí engañada, defraudada.... Estaba muy dolida, terriblemente decepcionada. Ahora ya no deseo sentir nada. He tocado con una última caricia la concha que una vez me diste, en una de nuestras salidas al mar... Tan perfectas sus líneas como nuestro amor había sido. Y así quería siempre recordarlo. Con un impulso puedo hacerla llegar lejos, simbolizando el fin de una etapa, hundiendo con ella tu recuerdo por siempre. Levanto el brazo y...

—¿Así de fácil puedes desprenderte de ella? ¿De mí? —oí  que decían a mi espalda. «¡No puede ser, hoy no!», pensé mientras me volvía. Pero ahí estaba él, mirándome como siempre lo había hecho, derritiéndome con el ardor de su deseo.

Mareada, casi sin respirar apenas, como en una nube, oía lo que no estaba dispuesta a oír ni entender: que no había dejado de quererme, que se había ido por no causarme más daño, que tenía cáncer y debía de operarse en unos días, que yo era muy joven y estaba llena de vida, mientras a él se le estaba acabando...; pero que se había equivocado y no tenía ninguna gana de vivir si no me tenía a su lado. Me pedía que volviese a él cuando se recuperara, para ya no separarnos jamás, así sí firmaría el consentimiento médico, si no, dejaría que todo siguiese su curso y que pasara lo que tuviera que pasar. Nada importaría, pues nada le quedaría ya.

Yo le escuchaba tragando mi llanto, pues sabía que ya era demasiado tarde para nosotros. El daño estaba hecho, y no podía pasar otra vez por aquello: ilusión, desengaño, abandono, dolor y daño en ambos lados.

Mintiendo, asentí, viendo cómo su rúbrica se plasmaba en el documento hospitalario. «Adiós, mi amor, te esperaré siempre...», pensaba mientras le besaba, sabiendo que ahora sí era la última, la última vez que lo haría, pasara lo que pasara, y lo hice de tal forma que ese beso quedara impreso por siempre en nuestras almas, «...pues como yo te he querido, no lo ha hecho ni lo hará nadie, puedes estar seguro; no desmayes y lucha, yo te estaré esperando». Y así, lo dejé junto al lago.

Han pasado ya varios años desde ese día, y hoy vuelvo a pensar en ti desde el lago. No superaste la enfermedad. Aquella letal dolencia no cedió su presa. El tumor se adueñó de ti como si de un remordimiento creciente se tratase, cubriendo tu cuerpo de tinieblas y desprendiendo redes de amarga culpa. Me dijeron que fue el mismo día de la intervención. No pudiste superarla. La vida se fue de ti antes de morir. Que tu mirada se encontraba perdida y sin fuerzas para entablar combate contra la oscuridad de lo inmenso. ¡Oh, qué terrible agonía pudo ser la tuya! Pero ya es tarde.

  
                                         
  

No estuve a tu lado los últimos momentos. Sé que no viví contigo los últimos instantes de tu vida. No pude ir siquiera a tu funeral; no quería ensombrecer tu memoria delante de otros que también te quisieron y no supieron nunca de nuestro último pacto. Pero ya es tarde. Ahora sé por qué quisiste protegerme, quizás intuías lo que podía pasar y no querías que te recordara en el postrer segmento de tu vida, sino con el ímpetu y la pasión contenida en ese último beso, dulce y húmedo, cálido y eterno... ¡Oh, torpes lamentos, qué tarde habéis llegado!

Hoy vengo a verte, como siempre, a nuestro lago… Han convertido su salvaje paisaje en un urbanizado parque con senderos delimitados por piedras, en zonas de juegos infantiles y estudiados bancales de plantas, que sustituyen a la agreste maleza de entonces que daba cobijo a quien quería esconderse. Nuestro banco de mármol ya no está; en su lugar hay mesas y bancos de madera para tomar un frugal aperitivo mientras se contempla el paisaje. Familias con hijos pequeños dan de comer a los patos y a gansos que se reproducen sin control, por el abundante alimento. Familias como la mía...

Mis niños están jugando por la orilla de nuestro lago mientras yo observo el reflejo de las aguas. Me miras desde dentro con sonrisa complacida de verme feliz. Estás donde te dejé, no has cambiado, me miras con la misma intensidad de entonces, me acompañas y me proteges, y yo sé, ahora puedo estar segura, de que no me has abandonado. Sí, estás ahí. Yo me comprometí a esperarte, y lo haré, pero mientras tanto, te seguiré visitando, como ahora, junto al lago.

   

   

   

      

   

AURORA LÓPEZ GUTIÉRREZ (Málaga, 1973). Cursó los estudios de Primarias en el colegio Nuestra Señora del Pilar y los de Bachillerato, en el Instituto Sierra Bermeja, ambos centros de Málaga. Es diplomada en Fisioterapia y en Maestra de Lengua Extranjera (Sección: Inglés) por la Universidad de Málaga. Aficionada a la lectura y a la narración de cuentos, es autora de la leyenda canaria “Gara y Jonay”, que fue publicada en la sección «Mitos y Leyendas» del número 53 de esta revista

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral de Cultura. Sección 1. Página 3. Año XIV. II Época. Número 90. Octubre-Diciembre 2015. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2015 Aurora López Gutiérrez. © Las ilustraciones corresponden a sendos cuadros del pintor mallorquí Mateo Felipe. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2015 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.