N.º 78

OCTUBRE-DICIEMBRE 2012

2

    

    

   

   

   

   

   

ANOREXIA

   

Por Enrique J. Martínez Llenas

   

   

  

L

a situación había llegado a un punto en el que Carmen estaba por declararse vencida, impotente ante la magnitud del problema que, desde la muerte de su esposo, padecían ella y su pequeña hija Micaela. La niña estaba cada día más delgada y nadie encontraba la causa. Sus cabellos eran ahora frágiles y quebradizos; la piel, casi transparente; las costillas se podían contar a simple vista y los ojos lucían apagados, sin brillo, como los de un cachorro abandonado.

Comenzó con los vómitos a los diez años, pocos meses después de la muerte de su padre, pero ahora, a los trece, eran mucho más frecuentes. Comía cada vez menos y no pesaba más que una pluma. Tampoco había empezado a menstruar y, por ello, sus compañeras de curso la escarnecían con sus burlas, haciendo que la niña ya no quisiera volver a la escuela.

Los estudios médicos no demostraban ninguna enfermedad específica; tampoco, ninguna de las pruebas diagnósticas que le había indicado el psiquiatra sugería que Micaela tuviera algún trastorno psíquico importante, salvo tristeza y depresión, originadas por la muerte de su padre y por el estado en que ella misma se veía.

Todo llevó al diagnóstico de que padecía una anorexia nerviosa, que la consumía progresivamente. Carmen la veía así languidecer lenta y silenciosamente, con periódicos ingresos en el hospital que sólo servían para prolongar la situación sin resolverla definitivamente.

María, la abuela de Micaela, la llevaba cada tanto a pasar unos días a su pueblo, en el que vivía con la única compañía de su viejo perro Pancho. Eran momentos muy agradables para la niña: pasaban juntas el tiempo leyendo historias de unos viejos y ajados libros que guardaba la abuela, jugando con Pancho, dando paseos por las arboledas de álamos y ayudando a María en las tareas domésticas.

Una tarde las visitó don Alfonso, el viejo y ya jubilado médico del pueblo. Recordaba con mucho afecto a Micaela, de verla desde pequeña jugando en el pueblo y de haberla asistido por alguna pequeña herida u otra banalidad propia de la infancia.

—¡Hola, chavalita —dijo—. ¿Qué hay? Te acuerdas de mí, ¿verdad? ¡Pero qué delgada estás, por Dios! Oye, María, ¿qué le pasa a esta muchacha? La recuerdo alegre, despierta y con buenas carnes, ¡y ahora es casi un estropajo!

—Es que no lo sabemos, Alfonso —respondió María—. Dicen que es una… no sé qué… ¡anorexia, eso es! Pero mira, no importa el nombre de la enfermedad; nadie sabe qué hacer y mi niñita, ya la has visto, está cada día más decaída y débil.

—¡Hala, ven para aquí, Mica —dijo don Alfonso acercándose—. Deja que este viejo te examine un poco. Bien dicen que el diablo sabe por diablo, pero que más sabe por viejo.

Micaela aceptó en silencio. Los ojos del anciano la recorrieron entera. Miraron su piel, sus pupilas y sus párpados; frunció la nariz husmeando, buscando vagos, imprecisos y poco frecuentes olores, y luego, mientras ella respiraba profundamente, él apoyó la oreja en su espalda tratando de percibir los más mínimos ruidos anormales, para después detenerse también en su pecho y auscultar los latidos del cansado pero aún joven corazón. Por fin, las arrugadas manos palparon y percutieron delicadamente su abdomen buscando en lo más profundo alguna clave que no hubiera sido percibida por otros, más inexpertos en el viejo arte de examinar un paciente.

—Mira, María, la niña está muy desnutrida, como es evidente. Pero… hay algo en el estómago que no veo claro. Toma —dijo mientras escribía algo en un papel—, dile a tu hija Carmen que vaya con Mica a ver a este amigo mío en cuanto pueda. Es para que le haga un estudio. Le harán tragar un líquido que permite ver por dentro con unos rayos especiales. Yo llamaré antes a este hombre, así que cuando tu hija lo vea, él ya sabrá de qué va la cosa. Bueno, y ahora me tendrás que disculpar porque ya se me ha hecho tarde. ¡Venga, Mica, dame un beso grande, que me lo merezco después de tanto tiempo sin verte!

  
                             
 

Ese día le dieron a tomar a Micaela un líquido blanco; luego, el médico se colocó detrás de una pantalla y siguió con atención el camino de este a través de los órganos de la niña, al mismo tiempo que iba tomando radiografías para documentar el estudio.

 
  

Apoyado en su bastón, inseparable de él desde que años atrás comenzara con sus dolores de caderas, el viejo médico se despidió también de María y se alejó caminando despacio y con prudencia, para aventar el riesgo de una caída desafortunada.

Carmen acudió a ver al amigo de don Alfonso, un especialista en aparato digestivo, y convinieron una fecha para hacer el estudio. Ese día le dieron a tomar a Micaela un líquido blanco; luego, el médico se colocó detrás de una pantalla y siguió con atención el camino de este a través de los órganos de la niña, al mismo tiempo que iba tomando radiografías para documentar el estudio. Concluido el mismo, fue a informar a Carmen sin demora.

—Mire, Carmen —dijo—, no sé cómo empezar, pero… ¿alguna vez usted o alguien de su familia vio que Micaela se comiera los cabellos? Porque en el estómago hay una imagen curiosa, como una pelota. No es frecuente, pero en algunos casos puede estar formada por pelos, y, por el tamaño que alcanza, impide que la comida pueda ser bien digerida, además de causar vómitos casi permanentes. La única posibilidad que queda es operar a su hija para confirmar que efectivamente se trata de eso y quitarlo lo antes posible.

Carmen autorizó la operación, que se llevó a cabo unos pocos días después. Cuentan quienes la presenciaron que jamás habían sido testigos de algo tan curioso como repugnante. Al abrir el estómago, vieron que la bola de pelo ocupaba casi todo su interior. Con dificultad y mucho cuidado pudieron extraerla y colocarla sobre una bandeja.

Retirada Micaela del quirófano, el cirujano decidió investigar mejor el extraño bulto. Lo miró desde distintos ángulos, comprobando el perfecto modelado del interior del estómago, como si hubiera sido tomado en escayola, y, a continuación, procedió a cortarlo por el medio con un bisturí para verificar si era compacto. Al abrirlo, apareció, de pronto, agitándose y retorciéndose, un ovillo de gusanos enredados de color rosado desvaído, casi blanco, que lo hizo retroceder impresionado. Resultaba evidente que los parásitos, escondidos dentro de la mata de pelos, habían encontrado un hábitat poco frecuente pero perfecto, que les permitía vivir, comer y crecer protegidos como si estuvieran en una cueva, robándole a la niña los alimentos que necesitaba para su desarrollo.

Con el paso del tiempo, Micaela retomó su vida normal, lentamente pero sin pausas. Volvió a comer sin vomitar y a aumentar de peso, comenzó a crecer y, finalmente, aparecieron sus reglas, como es normal en toda joven sana. Tuvo también, por fortuna, una vida satisfactoria, tanto en su trabajo de maestra como en familia, con esposo, hijos y unos hermosos nietos.

En ocasiones, como hacen todas las abuelas, se sienta con ellos por las tardes y les cuenta historias reales o inventadas, esta entre otras tantas. Los niños la escuchan con aparente atención, como cautivados por el relato, y asienten gravemente con la cabeza, pero por dentro piensan: «Es maja la abuela, pero ya está un poco pirada; las cosas que se le ocurren: ¡gusanos y pelos!».                                                                                                    

   

   

     

Enrique J. Martínez Llenas. Argentino de origen y con nacionalidad también española, ejerce la Medicina en Valencia desde el año 2002.

Ha comenzado muy recientemente a escribir de forma autodidacta, y ha descubierto en esa actividad lo que necesitaba para continuar su desarrollo personal hacia el futuro.

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral de Cultura. Año XI. II Época. Número 78. Octubre-Diciembre 2012. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2012 Enrique J. Martínez Llenas. © Las imágenes, extraídas a través del buscador Google de diferentes sitios o digitalizadas expresamente por el autor, se usan exclusivamente como ilustraciones, y los derechos pertenecen a sus creadores. Edición en CD: Director: Antonio García Velasco. Diseño Gráfico y Maquetación: Antonio M. Flores Niebla. Diseño Gráfico y Maquetación: Antonio M. Flores Niebla. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2012 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.