N.º 76

ABRIL-JUNIO 2012

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EL MAR, SIEMPRE QUEDA EL MAR...

   

Por Cristina Quesada Ordóñez

   

   

  

«E

l hombre es bueno por naturaleza», dijo inquisitivamente Damián. Yo le oía con cierta desgana, pero él estaba más atento de sí mismo que de mi mirada arrastrándose por todos los objetos del salón en un intento de buscar alguna excusa que justificase mis sospechas de infidelidad.

Damián se aprovechaba de la opinión generalizada de que el hombre es más noble que la mujer y con ello establecía no sé qué nexo para explicarme que si me fuera infiel me lo diría. Me parecía tan infantil tanta estupidez y tan estúpido su infantilismo, que no alcanzaba a comprender cómo estaba con ese hombre, ¿no sabía ese hombre que todos los de su especie eran mentirosos compulsivos?

A decir verdad, Damián y yo cada día teníamos menos en común. Lo que me molestaba de su consabida infidelidad no era la misma infidelidad; me parecía mucho más triste que no tuviera arrestos para decírmelo. Yo le había dicho mil veces que nuestra historia se estaba consumiendo como el cigarrillo que fumaba en ese instante.

Mientras pensaba en lo absurdo que resultaba todo, Damián me llamó en favor de su atención:

—¿Me estás escuchando?

Como quien se lanza a la deriva porque piensa que ya no tiene nada que perder, le contesté con la parsimonia que tanto le molestaba:

—Se acabó, Damián. Esto ya no tiene ningún sentido. Tú y yo no somos los enamorados que deseaban verse a todas horas, los corazones que palpitaban cuando nos acercábamos temblorosos para darnos un beso, tampoco los que decidieron vivir juntos para no separarse jamás y desearse todas las noches; no somos los cuerpos entregados ni las almas conquistadas por el extraño hechizo de eso que llaman amor... El amor acaba y no estoy segura de su eternidad. Eternos e infinitos son los momentos, pero mueren enseguida, ¿lo entiendes? Nuestro amor es de hoja caduca  y el invierno que sentimos es su confirmación.

Damián se quedó atónito, no esperaba oír lo que mis labios vocalizaban.

—¿Qué estás diciendo, chiquita? —me dijo con voz temblona, alejado de la seguridad de sus anteriores palabras—. Esto es una mala racha, no tiremos por la borda tantos años en un día, nadie te va a querer como yo.

Con la última frase entendí que hacía esfuerzos por recuperar su seguridad, pero sé que mi silencio y la mirada inexpresiva con la que repasaba sus gestos le estaban derrumbando como las Torres Gemelas en el atentado del 11 de septiembre de 2001. De igual manera, haría falta más tiempo para barrer y recoger los escombros  acumulados en los últimos largos meses que para destruir lo que parecía imposible.

—Para empezar, siempre he odiado que me llames chiquita y, para terminar, no pienso enredarme otra vez en volvamos a intentarlo, pongamos de nuestra parte... Seguir contigo es ir en contra de mí misma.

Me levanté de mi comodidad, agarré con orgullo el abrigo y el bolso dirigiéndome a la puerta de la casa:

—Ya vendré a recoger mis cosas.

Y así cerré la puerta de un portazo.

—Ya está, lo hice, no me volveré atrás...

Pero mientras bajaba las escaleras, pensaba lo estúpida que había sido al marcharme tan bruscamente y casi sin pensar, no por la decisión de terminar con Damián, que de eso nunca había estado tan convencida, sino porque había olvidado que la casa era de los dos. Adónde me dirigiría ahora... Cuándo sería el momento de retroceder a esa casa que pretendía abandonar al pasado para recoger mi ropa, mis libros, mi música... Mi vida comenzaba a cambiar desde ese preciso instante y no podía evitar sentirme al borde del abismo...

Habíamos decidido trasladarnos a Madrid hacía cuatro meses. A Damián le remuneraban mejor como publicista que en su antiguo trabajo. «La capital nos hará ricos», decía, pero nos empobreció a ambos hasta el desastre... Su mejor amigo, Seba, nos prometió que en menos de un mes conseguiría que ascendiese Damián y que me encontraría un buen trabajo. También decía que él era el amo de Madrid... Y allí estaba yo, más parada que el toro de Osborne...

Conozco a Damián y estaba segura de que por su mente paseaba el convencimiento de que mi instinto de supervivencia, mi situación de desamparo, me haría regresar a su lado, pero una extraña fuerza me separaba cada segundo más de él como si nos envolviera a cada uno el mismo polo de un imán...

Me acordé del mar y una brisa fresca y profunda envolvió mi desastre.

Mi nombre es Mara. Nunca supe que mi madre me puso Mara por su adoración al mar hasta los 15 años. Esperó a decírmelo cuando supo que mi amor por él era compartido. Lo hizo para que me apasionara con el hecho de sentirme agua entre las mil fronteras que plantea la vida. No es que yo no quiera ser mortal, sino que me rebelo a mentirme a mí misma. Decía Aute que el Mar no es una palabra vacía y sin horizonte... y tenía toda la razón. Yo vine del mar, yo vine para moverme entre olas, para mecerme con ellas en completa libertad, aunque me agarre el viento de un lado para otro como buen destino que crea y recrea. Si existe la influencia de los signos del Zodíaco, me pregunto por qué un signo de fuego puede amar tanto al Mar... Ama a su contrario, ama a su otro punto de vista. Es por eso por lo que no me asustan nada las cosas que pasan, porque la convivencia entre contrarios te hace flexible y sensible a la sorprendente realidad.

Estábamos en el mes de mayo y cada vez se me hacía más largo el momento de vivir cerca del mar. Su simple anhelo hacía que me planteara cómo estaba siendo mi vida, qué había dejado atrás y qué tenía que dejar. El mar me dio un empujón cuando acabé con Damián y todo lo que él significaba. Ahora me daba un empujón para moverme en otro contexto. A veces piensas que una misión en tu vida te mantiene maniobrando por calles que nada te dicen, lugares que nada te enseñan, pero algo o alguien requiere ese tiempo que gastas o tú mismo eres fruto de ese tiempo que te enseña a ser más sabio mientras aprendes a moverte en su desierto. Entonces se gesta un impulso creador como un hijo que trae la buena nueva a tu casa, a tu hogar más profundo. Los meses de espera, las constantes intuiciones de que se acercaba ese momento, hacen que tengas la certeza de que ya es el día de coger tus maletas y marcharte a vivir otras enseñanzas. Y no sólo se trata de cambios físicos, sino también espirituales y vivenciales.

  
                             
 

Me senté en un banco alejado de la torre de Babel horizontal, de las mil y una historias que rodeaban a todas esas gentes, para tan solo escuchar a los pájaros y descubrir si mi corazón palpitaba entre tanta confusión de los días.

 
  

 

El mar me estaba llamando claro y sosegado, como el dolor cuando se acepta y deja de ser sufrimiento, pero decidí dar un paseo por algún parque de esos de Madrid que hacen respirar limpio a la ciudad más caótica.

Así llegué al Parque del Retiro. Había toda clase de personajes. Suramericanos vendiendo sus lindas ropas, chinas con rosas de última generación, rosas de plástico con una lucecita en el capullo... horrible, madres del Este con periódicos sociales, escoltadas por el mafioso de turno que las vigila como pastor a sus ovejas, preservando el negocio, chorizos de pacotilla buscando carteras suculentas en las aglomeraciones… cantautores esperanzados y orgullosos de que alguien se pare delante de ellos y sientan con sus canciones, quizá encuentren o sean encontrados por algún pez gordo de la música que promocione sus sentimientos cantados, sus opiniones insurrectas, incluso que el público sensible e improvisado les eche unas moneditas para pagar lo impagable...

Me senté en un banco alejado de la torre de Babel horizontal, de las mil y una historias que rodeaban a todas esas gentes, para tan solo escuchar a los pájaros y descubrir si mi corazón palpitaba entre tanta confusión de los días.

Tuve inmensas ganas de escribir en mi libretilla. La guardo siempre en el bolso por si algún día la necesito para defenderme del caos que me habita en unas ocasiones o para desencadenar mi propia guerra en otras. Quién dijo que crecer era fácil… La libreta hace la función de típica bolsa de autobús, esa que permite vomitar los sentimientos que se agolpan en la garganta... y escribí...

  

Me he agarrado a un árbol

para que la corriente no me llevara.

Me he agarrado a la vida

para que la muerte no me ayudara.

  

He liberado al río de la presa donde moraba,

el tiempo elevó las rocas,

el tiempo las amurallaba,

y así, mojada, despide su patria la coraza calada.

  

Mi alma grita airosa al alba,

vuelven distintas las lágrimas,

vuelven crecidas, con pico y pala,

sin armadura, con el corazón, sin balas.

  

Garganta que busca el sol en la montaña,

es tu libertad la que cautiva la esperanza,

no corras por esperar al tiempo,

porque en su destino el bien te llama.

  

Recorre la senda de tu enemigo,

allí el maestro se alza,

la tierra enseña al labrero,

y la noche a la mañana.

  

Ve, camina, descansa,

vuelve, regresa, encarna,

busca al mar, encuentra, recaba,

pero no pares, no calles, anda.

  

Levanté la cabeza como si hubieran pasado horas. Había escrito una poesía. Me había distraído tanto que no sabía siquiera dónde estaba. La poesía me liberó, hizo que algo despertara en mí. No sé cómo se sentirán los árboles del parque que me resguardaban del viento y de la soledad buscada cuando los riegan o les da el sol, pero seguro que sienten algo parecido a lo que yo experimento cuando toco mi esencia, la miro a los ojos, me veo en su espejo. Funciona como un bálsamo, como una esperanza que se ensancha, como un libro que pone nombre a lo que cuesta comprender de la vida y cierra capítulos con la cabeza alta, como un buen padre que abraza tu dolor y lo transforma en sabiduría, como un puente que se alza en los abismos, como un evangelio que te ayuda a ser mejor...

  
                             
 

El mar y su reflejo, el color que desprende y el olor a brisa fresca es el verdadero amor que reparte a sus gentes. Y yo añoraba lo que el mar me había dado tantas veces, lo que Málaga me había querido.

 
  

El viento dejó de mover los árboles y las nubes empezaron a tener protagonismo. Se agolparon formando una manta oscura que cubrió el cielo. Las nubes soltaron al león de la jaula y rugieron soltando un trueno ensordecedor… Sin dar tiempo a nadie, empezó a llover con violencia. Quise guardar la libreta para no perder mi memoria poética, pero, en breves momentos, se empapó. La paz  de mi soledad se tornó en una queja a viva voz: «¡Joder...!». Estaba el bolso abierto y parecía una bota de vino...

Entendí que había llegado el momento de volver a Málaga, recorrer sus calles, que, lejos de ser un ejemplo de orden y salubridad, eran mis calles de la infancia, cargadas de recuerdos, de primeros besos, de acontecimientos compartidos con esa ciudad que formaba parte de una historia llena de secretos inolvidables vividos en ella.

Málaga no es una ciudad señorial, ni siquiera tan tecnológica como la quieren vestir últimamente. A Málaga le gusta vestir cómoda y sin caretas. El mar y su reflejo, el color que desprende y el olor a brisa fresca es el verdadero amor que reparte a sus gentes. Y yo añoraba lo que el mar me había dado tantas veces, lo que Málaga me había querido. Aquella mañana me fui buscando el mar y el mar encontró mi mejor yo, la belleza, encontró mi Amor.

   

   

Cristina Quesada Ordóñez (Málaga, 1975). Diplomada en Relaciones Laborales y Diplomada en Maestro en Educación Musical por la Universidad de Málaga, en ambos títulos. Ha actuado en numerosas ocasiones como cantautora. Trata de transmitir al público la sensibilidad y coraje de sus emociones con el agradable riesgo de ser sincera.

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral de Cultura. Año XI. II Época. Número 76. Abril-Junio 2012. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2012 Cristina Quesada Ordóñez. © Las imágenes, extraídas a través del buscador Google de diferentes sitios o digitalizadas expresamente por el autor, se usan exclusivamente como ilustraciones, y los derechos pertenecen a sus creadores. Edición en CD: Director: Antonio García Velasco. Diseño Gráfico y Maquetación: Antonio M. Flores Niebla. Diseño Gráfico y Maquetación: Antonio M. Flores Niebla. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2012 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.