N.º 75

ENERO-MARZO 2012

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LA DUEÑA DEL TIEMPO

   

Por Miriam Rodríguez Pareja

   

   

  

F

inalmente, Caris consiguió controlar el tiempo. Estaba en la cocina y, en el mismo momento en que el vaso cayó, el tiempo se paró. De hecho, todo en la casa se detuvo. Llevaba tiempo intentando controlar su innato poder, pero siempre había sido imposible hasta ese mismo instante. Solía practicar cuando era pequeña. Cogía una pelota de tenis y la tiraba, intentando pararla antes de que tocase el suelo de su habitación, pero su esfuerzo siempre había sido inútil.

Caris sabía que era especial y ese era su secreto, porque nadie hasta ahora lo sabía. El recuerdo más claro de su niñez era el día en que descubrió que había algo inusual en ella, incontrolable, que aparecía como algo imprevisto.

Tomó conciencia de su poder cuando era solo una niña. Estaba en el parque con Merthin, un buen amigo de ella. Él corría detrás de Caris, jugando a la momia, un nuevo juego que Merthin había inventado. Ella sintió una extraña sensación; deseó ser la más rápida, cuando, de repente, todo, incluido Merthin, se paró durante unos pocos segundos. Nadie se dio cuenta de lo que había sucedido, excepto Caris, que no lo entendió.

Ese tipo de extraños sucesos se fueron repitiendo una y otra vez durante los siguientes años. Además, la duración de esos mágicos instantes crecía conforme ella se hacía mayor. Al principio, solo duraban unos pocos segundos, pero, poco a poco, esos momentos duraban incluso minutos. El problema era que ella era incapaz de controlarlos. No podía controlar cuándo aparecía ni cuanto duraba.

Cuando consiguió controlar su poder fue la persona más feliz del mundo entero, aunque eso le asustaba también. Ahora era capaz de hacer casi cualquier cosa que imaginase… y su imaginación podía llegar a ser muy creativa.

Después de haber comprobado en situaciones fáciles que podía controlar el tiempo a su antojo, decidió arriesgarse y probarlo en situaciones más arriesgadas, que casualmente coincidían con las más divertidas.

Esa noche, había quedado con sus mejores amigos: Gwenda, Wulfric, Thomas, Davey y Merthin. Quedaban cada viernes noche para tocar los nuevos temas que ellos habían inventado durante la semana.

Todos eran muy buenos amigos, aunque ella sentía una fuerte atracción por Wulfric. Desde la primera vez que lo vio, se enamoró de él y no sabía por qué, pero estaba segura de que él había sentido lo mismo. Había sido amor a primera vista. Ese momento fue algo casi mágico.

Esto había sucedido hace mucho tiempo y nada más había sucedido entre ellos desde entonces. Ella creía que nadie sospechaba acerca de lo que sentía hasta un día que estaba en el parque con Gwenda. Caris estaba pensando en Wulfric, cuando Gwenda le dijo: «Díselo». «¿Qué tengo que decir y a quién?», respondió Caris extrañada. «Venga ya, Caris. Se nota a leguas que estás enamorada de Wulfric y él siente lo mismo por ti, cualquier tonto podría verlo. Todo el mundo lo sabe. ¿Por qué no se lo dices de una vez? Él es tan tonto como tú. No lo sabe. Díselo».

     
     

  

Todos eran muy buenos amigos, aunque ella sentía una fuerte atracción por Wulfric. Desde la primera vez que lo vio, se enamoró de él y no sabía por qué, pero estaba segura de que él había sentido lo mismo. Había sido amor a primera vista.

   

Ella había estado esperando durante años lo que estaba a punto de suceder esa noche. El grupo llegó al garaje de Davey, cerca de la estación de metro de Royal Oak. Todos traían sus nuevas canciones para tocarlas y, como casi siempre, la mejor sería la de Merthin. Ellos iban a presentar sus mejores canciones a algunas compañías de discos, y, hasta ese momento, habían elegido tres temas: dos de Merthin y una de Caris, cuyo título era «Siguiente parada: este sitio».

El primero en tocar su tema fue Thomas. Su tema sonaba bastante bien y no tan oscuro como solían ser sus canciones; de hecho, ¡todo el mundo seguía el ritmo con el pie!

Después fue el turno de Wulfric. Este era el momento que Caris había estado esperando para probar si era capaz de controlar el tiempo en cualquier circunstancia: estando preocupada, asustada o nerviosa y emocionada como en ese mismo momento.

Wulfric comenzó a cantar su canción. Era la canción más bonita que había escuchado jamás. Era una mezcla de rock alternativo y psicodélico. Wulfric tenía algunas influencias de su grupo favorito, «U2». Y la letra… la letra era, era… Caris no tenía palabras para describirla.

Pero tenía que concentrarse en detener el tiempo, era ahora o nunca, pensó. Y ¡funcionó! Lo hizo. Todo el mundo se quedó inmóvil. Caris se acercó a Wulfric y se paró justo enfrente de él, de sus ojos verdes llenos de vida, de su pelo oscuro brillante y de su sonrisa perfecta. Y, finalmente, lo hizo posible. No lo pensó dos veces y le dio un dulce beso. Ella lo miró durante algunos minutos y entonces hizo regresar al tiempo.

De camino a casa, se sintió la persona más afortunada e hizo parar el tiempo de nuevo. Saltó, rió y abrazó a toda la gente de la calle.

De repente, vio algo moviéndose que captó su atención. Recorrió la calle con su mirada hasta que sus ojos se centraron en un hombre que la estaba mirando. No podía ser posible, había parado el tiempo. El hombre se acercó a ella y le dijo: «No deberías jugar con esto». Caris estaba estupefacta. Nadie había resistido la influencia de su poder. El misterioso hombre continuó: «Se quién eres y lo que puedes hacer. Soy como tú y hay más gente como nosotros; no somos los únicos. Puedes parar el tiempo cuando quieras, pero deberías saber que usar el tiempo tiene sus consecuencias. Cada vez que detienes el tiempo, envejeces. Puedes pararlo para los demás, pero no para ti. Mírame tengo 20 años y aparento ser el doble de viejo que tú». Ella siguió charlando con el hombre, preguntándole algunas dudas sobre su poder.

El camino de vuelta a casa fue interminable; no podía creer que, después de tantos años intentando controlar el tiempo, fuese imposible usarlo, a menos que quisiera envejecer en poco tiempo, cosa que, por supuesto, no quería.

Entonces, Caris decidió parar el tiempo solo una vez más. Corrió tan rápido como pudo y, finalmente, se paró justo enfrente de la casa de Wulfric. Llamó al timbre y este abrió la puerta. Cuando él le vio, una sonrisa apareció en sus labios. Ese era el mejor recuerdo que podía tener para el resto de su vida.

Esa fue la última vez que hizo al tiempo detenerse.

   

   

MIRIAM RODRÍGUEZ PAREJA (Málaga, 1983). Diplomada en Maestro en Lengua Extranjera (sección: Inglés) por la Universidad de Málaga.

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral de Cultura. Año XI. II Época. Número 75. Enero-Marzo 2012. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2012 Miriam Rodríguez Pareja. © Las imágenes, extraídas a través del buscador Google de diferentes sitios o digitalizadas expresamente por el autor, se usan exclusivamente como ilustraciones, y los derechos pertenecen a sus creadores. Edición en CD: Director: Antonio García Velasco. Diseño Gráfico y Maquetación: Antonio M. Flores Niebla. Diseño Gráfico y Maquetación: Antonio M. Flores Niebla. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2012 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.