N.º 79

ENERO-MARZO 2013

13

   

   

   

   

   LA VIRGEN DE LOS REMEDIOS,

PATRONA DE CÁRTAMA.

La leyenda

   

Por María Jesús López Luque & José Antonio Molero

   

   

M

uy próximo a Málaga, a unos cuantos minutos de haber dejado atrás las últimas casas que dibujan el perímetro de la capital de la provincia, Cártama se nos ofrece como un pueblo que ha sabido hermanar magistralmente la modernidad de los tiempos y la tradición andaluza.

Por la trama de la historia que tengo pensada referiros ahora, conviene deciros que, desde hace mucho, los cartameños pusieron la suerte de sus almas y de su villa bajo la advocación de la Virgen de los Remedios, su Patrona, cuya festividad se celebra el mes de abril. El día 22 de ese mes, la sagrada imagen es bajada de su ermita en lo alto del monte a la iglesia parroquial de San Pedro Apóstol, en pleno seno de la urbe, en la cual permanecerá hasta el primer domingo de junio, fecha en que tornará a su santuario.

Con la bajada de la Virgen dan comienzo las fiestas del pueblo, las cuales duran unos cuatro o cinco días, según el día de la semana en que comiencen. Aunque para venerar a la Virgen cualquier momento es bueno, el gran día de la Patrona es, sin duda, el 23 de abril, cuando se celebra su festividad con una multitudinaria procesión. El trono que porta la imagen de la Madre de Dios es llevado a hombros, por las calles principales del pueblo, tanto por hombres como mujeres, que se sustituyen mediante turnos.

Esta devoción mariana tiene sus orígenes en los últimos años de la Reconquista, después de serles arrebatada a los musulmanes la plaza de Cártama, momento en que tiene lugar el hallazgo casual de la imagen por un pastor en la colina misma sobre cuyas estribaciones se alza la villa. La devoción se consolida definitivamente con motivo de una epidemia que sufrió la población en 1579, de la que logran salvarse muchas familias, según se cuenta, gracias a la milagrosa intercesión de la Virgen, lo que lleva a sus moradores a consagrar la imagen y ponerla bajo la advocación de Nuestra Señora de los Remedios.

Mucho se ha escrito con respecto a la aparición de la imagen. La explicación más admitida tiene como base una antigua creencia, aureolada de candor y sencillez, que ha ido pasando a lo largo del tiempo de padres a hijos, y cuyos orígenes pueden datarse en torno al 1485, año en que la plaza musulmana de Cártama cae bajo el empuje conquistador de las armas castellanas.

  
                             
 

Imagen sobre su trono de la Virgen de los Remedios, Patrona de Cártama.

(Foto tomada de la sección «Turismo» de la web de la

Diputación Provincial de Málaga.)

 
  

Cuenta la tradición que, un día del año citado, un pastor de ovejas que apacentaba su rebaño entre los riscos de la colina halló colocada, entre los tallos de una frondosa esparraguera, una pequeña estatuilla cuya esmerada talla daba forma a una dama de lindo rostro y de muy suaves perfiles.

Aunque en un principio se extraña por no haberse percatado de su presencia en cualquiera de las tantas veces que antes había estado allí, un gesto de alegría inunda el rostro de aquel hombre al pensar en lo contenta que iba a ponerse su hija con aquella figura, que podría utilizar en sus juegos como muñeca.

Sin más cuestión que plantearse, el pastor aparta a un lado el ramaje que rodeaba la estatuilla, la coge y la guarda cuidadosamente en el zurrón de esparto en que llevaba la comida. Y como las penumbras de la noche estaban a punto de caer, el pastor emprende su retorno al hogar.

Al llegar a casa y buscar en el zurrón la pequeña figura que traía para su niña, comprobó muy extrañado que no se hallaba en donde él la había puesto. Al momento pasó por su cabeza la posibilidad de que, llevado quizá por la sorpresa del hallazgo, bien pudo haberla olvidado en aquel sitio, aunque también se planteó otra posibilidad aún peor, podría haberla extraviado durante el regreso a casa.

La suerte que pudo haber corrido aquella extraña figurilla no le propició conciliar el sueño aquella noche. Por eso, al día siguiente, para salir de dudas, volvió al mismo pastizal del día anterior nada más se hizo el alba. Entonces, una alegría aún mayor que la que había experimentado antes le recorre su cuerpo entero: allí, exactamente en el mismo sitio, entre los tallos de la esparraguera de abundantes hojas, se hallaba la escultura que representaba una bella dama.

Se aseguró esta vez de introducirla en el zurrón, que cierra con una cuerda, y se lo cuelga al hombro ceñido con una correa. Ya en casa, el hombre se dispone a coger la figurilla, y su asombro desborda toda la capacidad humana de sorpresa cuando, al abrir de nuevo el zurrón, comprueba que, nuevamente, sin que se hubiesen aflojado las ataduras ni roto el zurrón, no había el menor rastro de la imagen que había depositado allí no hacía mucho.

  
              

              
 

La ermita que da cobijo a la Virgen de los Remedios está situada en el mismo sitio en fue descubierta en 1485, casi en la cumbre del monte que sirvió a los cartameños para nombrarla en un comienzo.

(Foto tomada de la sección «Turismo» de la web de la

Diputación Provincial de Málaga.)

 
  

Este prodigioso hecho se repitió tres veces consecutivas, lo que induce al pastor, hombre de sencilla fe y cristiano viejo, a interpretar el extraño suceso como una señal del cielo.

De inmediato corre a casa del cura del pueblo, a quien le expone lo ocurrido. Sorprendido también por lo raro del relato, el preste cree pertinente compartir su sorpresa con algunas otras personas tenidas por piadosas, a fin de que le expusieran su opinión sobre el alcance que pudiera tener tan inusual acontecimiento. Como no podía ser otra manera, todos coinciden en que era imposible que lo referido por su convecino fuese una invención; el hecho entrañaba tanto portento que estaba por encima de la ciencia y de los recursos del pobre pastor.

Por fin, y aunque ninguno se había atrevido antes a manifestarse en tal sentido, el cura y las personas consultadas concluyen que la pequeña escultura hallada por aquel humilde pastor era una imagen de la Virgen María y que el hecho de persistir en aquel sitio dejaba bien claro que la Señora del Cielo había querido manifestar su voluntad de que le fuese rendido culto y devoción en el mismo lugar en que había sido hallada.

La explicación de los hechos fue admitida como cierta por todos los habitantes de la localidad y de otras vecinas. Puesto en conocimiento el obispo de la voluntad de la Virgen, dio permiso para levantar en aquella colina una ermita en su honor bajo la advocación de la «Virgen del Monte», nombre con el que todavía se conoce el monte en que se levanta el santuario.

Hasta aquí la parte de esta creencia que entra en lo estrictamente legendario. Que creamos o no lo narrado hasta ahora sólo dependerá de nuestra permeabilidad a lo extraordinario. Con todo, no para aquí la explicación del hecho que supone esta festividad cartameña. La historia quedaría incompleta si no la complementamos con este otro relato que, aunque está avalado por la Historia, presenta algunos ribetes de fantasía, fruto, como ocurre siempre, del fervor religioso de la gente sencilla.  

1579 fue un año de tristeza para toda España. Ese año tuvo lugar otro brote de peste negra. Nuevamente, este azote de la humanidad había hecho acto de presencia, cebándose con vida de los más humildes. Eran tantos los que morían que apenas si había tiempo durante el día para darles cristiana sepultura. Pasaban los días y los contagios, en vez de disminuir, aumentaban en proporción aterradora. La gente solo se ocupaba en prepararse para bien morir, dejando a un lado todos los negocios y cosas terrenas, incluso el cuidado de sus propios hijos.

  
              

              
 

Y todos los años, llegado el 22 de abril, la imagen de la Virgen es bajada al pueblo y acompañada devotamente por la gente a lo largo de su recorrido hasta la iglesia parroquial.

 
  

La comarca del Bajo Guadalhorce también entraba, y con ella Cártama, en los planes funestos de la Muerte. El estado de pavor y consternación era verdaderamente tremendo. Y, aunque el mal había afectado hasta esos momentos a pocos vecinos, el temor a ser víctima de la peste llenaba la iglesia y las gentes no cesaban en sus rogativas y plegarias, pidiendo el perdón de sus pecados al Altísimo para que la mano divina los preservase del letal contagio.

Así las cosas, alguien sugirió la idea de sacar en sencilla procesión rogativa a la Virgen del Monte. En medio de lágrimas y de dolor desesperado, aquellos aldeanos bajan del santuario a la Virgen y pasean la sagrada imagen por aquellas calles desoladas y tristes, con un fervor y una fe indescriptibles. El silencio podía oírse entre tanta gente.

De pronto, algo portentoso empieza a hacer acto de presencia. Al paso de la procesión por las casas en que la peste había encontrado un resquicio de entrada, los que estaban apestados comienzan a notar una mejoría en su estado de postración. Era el 23 de abril de 1579. A partir de ese día, el número de afectados empieza a bajar ostensiblemente. El milagro no pudo ser más rotundo. La terrible enfermedad había cesado a los pocos días de su primer brote. Desde entonces, la Virgen del Monte se llamó de «los Remedios», en señal de gratitud por haber sido ella la «remediadora» de aquel mal, la que puso término al violento azote que iba a acabar con la población.

Y todos los años, llegado el 22 de abril, la imagen de la Virgen es bajada al pueblo y acompañada devotamente por la gente a lo largo de su recorrido hasta la iglesia parroquial. Es la tarde del 23 de abril cuando el pueblo y los peregrinos en masa acompañan a la Virgen con entusiasmo y delirio por las calles, con todos los fastuosos honores debidos a la que es reina de cielos y tierra, en agradecimiento de los favores recibidos a lo largo del año y como conmemoración del prodigio.

  
              

              
 

Una instantánea de la Romería que se celebra en Cártama cada 23 de abril, en honor de la Virgen de los Remedios.

 
  

Desde 1579, este hecho se repite anualmente. Las filas de devotos con luminarias son interminables. Mujeres y hombres llegados de todas partes llevan no una vela de cera, sino haces de cuatro, ardiendo a la vez y sobre la fachada de muchas casas giran sin cesar ruedas de fuego. No hay balcón que no esté engalanado con colchas, tapices, mantones de manilas o banderas. La función y el recogimiento no decrecen. Al término de la procesión, la Virgen entra en el templo en medio del clamor popular y allí queda depositada hasta el primer domingo de junio, que vuelve a su ermita.

   

   

  

 

María Jesús López Luque (Cártama, Málaga, 1986). Diplomada en Maestro de Educación Primaria por la Universidad de Málaga. Los estudios de Magisterio los ha cursado en la Facultad de Ciencias de la Educación de esa Universidad.

José Antonio Molero Benavides (Cuevas de San Marcos, Málaga, 1946). Diplomado en Maestro de Enseñanza Primaria y licenciado en Filología Románica por la Universidad de Málaga. Es profesor de Lengua, Literatura y sus Didácticas en la Facultad de Ciencias de la Educación de la UMA. Desde que apareció su primer número, está al frente de la dirección y edición (en su versión web) de GIBRALFARO, revista digital de publicación bimestral patrocinada por el Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura de la Universidad de Málaga.

    

    

  

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral de Cultura. Año XII. II Época. Número 79. Enero-Marzo 2013. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2013 María Jesús López Luque & José Antonio Molero Benavides. © Las imágenes, extraídas a través del buscador Google de diferentes sitios o digitalizadas expresamente por el autor, se usan exclusivamente como ilustraciones del texto, y los derechos pertenecen a su(s) creador(es). Edición en CD: Director: Antonio García Velasco. Diseño Gráfico y Maquetación: Antonio M. Flores Niebla. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2013 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.