N.º 76

ABRIL-JUNIO 2012

13

   

   

   

   

   

   

   

EL ESPÍRITU DEL CALATRAVO

   

   

Por Noelia Gosálvez Rey & José Antonio Molero

   

   

   

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bicado en La Mancha, Villarrubia de los Ojos se levanta geográficamente en la zona septentrional de la provincia de Ciudad Real. Su término municipal es montañoso en la mitad norte y completamente llano en la mitad sur, lo que hace que el río Gigüela carezca de corriente a su paso por él y forme vegas que suelen encharcarse con frecuencia. En el extremo sureste, en una zona ligeramente ondulada, se sitúan los llamados Ojos del Guadiana, paraje hoy convertido en terreno de cultivo, donde se decía que reaparecía el río Guadiana tras esconderse en Argamasilla de Alba. Villarrubia de los Ojos se sitúa a media altura de un cerro, a caballo entre las estribaciones de los Montes de Toledo y la Llanura Manchega, situación orográfica que lo convierte en uno de los mejores miradores de toda la región. Muy cercano se halla Daimiel, en cuyo término municipal se hallan unos humedales que se llaman ‘tablas’, de un enorme interés ecológico y de una belleza excepcional, para cuyo cuidado y disfrute de los amantes de la naturaleza se ha instituido el muy conocido Parque Nacional de Las Tablas de Daimiel.

  
              

              
 

Paisaje de los humedales que conforman el parque nacional de las Tablas de Daimiel.

 
  

Entre los moradores de Villarrubia de los Ojos existe una tradición que refiere un hecho de gran trascendencia por la influencia que tuvo en el devenir de la historia de España, suceso del que, aunque me considero amante de la historia de los pueblos, confieso honestamente no tenía la menor noticia. Me viene ahora a la memoria la anecdótica circunstancia que propició la relación del hecho por un extraño personaje que llegamos a conocer de manera casual. Y fue tal el impacto emocional que me causó el desenlace de todo aquello que no puedo sustraerme a daros cuenta de él en las líneas que siguen. Os cuento.

Aquel verano habíamos decidido dedicar nuestro viaje vacacional a una visita al Parque de Las Tablas de Daimiel. Nos atraía especialmente lo que nos habían contado de la belleza de su naturaleza. Gracias a un año de abundantes lluvias, el humedal estaba en su máximo esplendor. Mil tipos de plantas y centenares de especies de aves hacían nuestras delicias y embelesaban nuestros sentidos. Yendo de un lado para otro, no nos percatamos de que la tarde había caído y se nos había hecho de noche. Rodeados por la más absoluta penumbra, hallar el coche que nos había traído era poco menos que imposible.

Lo habíamos dejado en algún tramo del camino, pero por muchas que vueltas dimos, no lográbamos encontrarlo. La oscuridad se acrecentaba a cada momento. Por fin, a un lado de aquella vereda, llamó nuestra atención una destartalada cabaña medio derrumbada. Nuestra inquietud por habernos extraviado en aquellos parajes desconocidos pareció hallar sosiego al observar que una luz mortecina parecía salir a través de uno de sus desvencijados ventanales.

  
              

              
 

En las noches de luna llena, cuando la niebla baja a las lagunas de las Tablas, cubriendo de penumbra estos parajes, no son pocas las gentes de estas tierras que aseguran haber oído una voz clamando, entre los jirones de la espesa bruma, el nombre de una dama, Isabel.

 
  

Atisbamos por el resquicio que nos permitía una ventana con la esperanza de encontrar a alguien que nos orientara. A través de un vidrio cubierto de polvo, logramos percibir la silueta de un hombre. Llamamos, abrió la puerta y amablemente nos rogó la entrada. Un señor de elegante pose y extrañas vestiduras, nos indicó la dirección adecuada, pero antes de emprender nuestro regreso, nos invitó a compartir un refrigerio como cumple a la hospitalidad manchega. Su aspecto triste y la extrema soledad que dominaba toda la estancia suscitó en nosotros un sentimiento de piedad que nos movió a aceptar la invitación.

Aquella desorientada caminata nos había abierto el apetito. En tanto dábamos cuenta con voracidad de las viandas con que aquel hombre nos había agasajado, con voz suave pero de tono firme, llamó nuestra atención, proponiéndonos acompañar el refrigerio con la relación de un acontecimiento que había tenido lugar, hacía ya mucho tiempo, precisamente en aquel mismo lugar. No presentamos inconveniente alguno a aquella forma de hacernos pasar un mejor rato. El relato no se hizo esperar.

En las noches de luna llena, cuando la niebla baja a las lagunas de las Tablas, cubriendo de penumbra estos parajes —empezó a narrar con evidente desparpajo nuestro imprevisto anfitrión—, no son pocas las gentes de estas tierras que aseguran haber oído una voz clamando, entre los jirones de la espesa bruma, el nombre de una dama, Isabel. Afirman que la voz que pronuncia tal nombre corresponde a un hombre de alto linaje y que lo pronuncia con tanta melancolía que llega a lo más profundo del alma del que la oye.

Hay quien ha llegado a decir con rotundidad que la voz corresponde al fantasma de Don Pedro Girón, vigesimo octavo Maestre de la Orden de Calatrava y primer duque de Osuna, que todavía busca desesperado a su amada Isabel en el lugar mismo en donde él halló muerte el día en que se dirigía a su encuentro.

Por lo que he podido averiguar en los anales de la Historia, Don Pedro Girón era un hombre de cuerpo erguido y carácter altanero, a lo que había que añadir su ambición desmesurada y su enfermizo afán de poder. Don Pedro se había criado como paje en la corte del rey Juan II (1405-1454), junto a su hermano, el conocido Don Juan Pacheco. Fallecido el rey Juan y subido al trono de Castilla y de León su hijo Enrique IV (1425-1474), la manipulación de Don Juan Pacheco sobre la débil voluntad del joven rey Enrique se hizo patente de inmediato, lo que fue motivo de airadas críticas de parte de la nobleza.

  
              

              
 

Caballero de la Orden Militar y Religiosa de Calatrava, con el emblema de la orden,  la Cruz de Calatrava, compuesta de flores de lis  en su capa. 

 
  

Su influencia sobre el rey era escandalosa. En poco tiempo, había logrado acaparar grandes riquezas y ser nombrado marqués de Villena, conde Xiquena, duque de Escalona, Maestre de la Orden Santiago y Mayordomo Mayor del rey. Y para su hermano Don Pedro, había logrado del rey la concesión del título de duque de Osuna y los nombramientos de Maestre de la Orden de Calatrava, Notario Mayor y alguacil de Medina del Campo.              

Tal era el poder que habían acumulado en sus manos ambos hermanos que no era muy equivocado ver en ellos una inminente amenaza para la corona, más aún cuando entró en los planes de Maestre Don Pedro pretender la mano de la infanta Isabel. La joven Isabel había sido ya designada para ser proclamada reina a causa de la esterilidad de su hermano el rey, quien, por presión de los hermanos, dio su aprobación a tal casamiento, a pesar de que la infanta era aún una muchacha y Don Pedro le doblaba sobradamente la edad.

Sin embargo, las ansias de poder del noble estaban lejos de coincidir con las veleidades del destino, no proclive a bendecir a Don Pedro en sus propósitos matrimoniales, a juzgar por los extraños hechos que tuvieron lugar la noche del 2 de mayo de 1446, cuando el Maestre se dirigía a Ocaña para encontrarse con su futura esposa.

Don Pedro Girón y una nutrida comitiva de casi tres mil hombres habían partido a media tarde de la hermosa y noble ciudad de Almagro. La prisa les acuciaba un tanto por la demora que habría sufrido la hora de partida, y el asunto que traía entre manos no admitía dilación. Quería consumar cuanto antes todos los detalles de una boda que le auguraba gran fortuna, al quedar su estirpe directamente emparentada con la casa real.

El camino era llano y fácil de recorrer, pero, al llegar a las faldas de los montes de Toledo, la noche se había precipitado ya y no era deseo de la noble comitiva atravesar caminos y puertos de montaña rodeados de tal oscuridad y peligros ciertos. Decidió, pues, Don Pedro hacer noche en la aldea de Villarrubia de los Ojos, a los pies de la sierra que se alzaba ante ellos. Nada hacía presagiar el trágico e inesperado suceso que tendría lugar aquella apacible noche de primavera.

  
              

              
 

Hay quien ha llegado a decir con rotundidad que la voz corresponde al fantasma de Don Pedro Girón, vigésimo octavo Maestre de la Orden de Calatrava y primer duque de Osuna.

 
  

El noble y su grupo de acompañantes principales se habían alojado en una cómoda posada situada en un magnífico mirador, desde donde se divisaba la llanura manchega en toda su extensión, acompañada del sonido cantarín de los ríos Guadiana y  Cigüela.

Esa noche, Don Pedro compartió suculenta cena acompañado de sus hombres de mayor confianza, y se hallaba muy animado por el encuentro que habría de tener en breve con su prometida. Aturdido por el buen vino y las abundantes viandas del terreno, se retiró a dormir sin sospecha alguna de la desventura que le acechaba.

A la mañana siguiente, su paje fue a avisarle de que todo estaba dispuesto para partir hacia Ocaña. Cuando abrió la puerta de la estancia y penetró en el habitáculo, una gélida exclamación de terror brotó de su boca. En la penumbra de la alcoba, tendido sobre el lecho, yacía el cuerpo sin vida del Maestre con los ojos abiertos y una horrible mueca de sorpresa en su rostro.

Afirman los cronistas haber encontrado en su muerte indicios de un complot entre miembros de la corte contrarios a la boda, que lograron llevar a cabo su propósito de envenenarlo aquella noche, si bien las circunstancias de su fallecimiento nunca han llegado a esclarecerse.

El caso es que desde aquel día, muchos han sido los testimonios aportados por las gentes de toda condición que viven en los márgenes del río Guadiana, en todos los cuales se asegura categóricamente haber visto a Don Pedro Girón ululando y maldiciendo por las vericuetos que surcan los humedales, reflejando en aquellas láminas de agua como espejos la triste figura del desventurado Calatravo. Aun hoy, hay unos que han afirmado haber oído el nombre de Isabel traído por el viento en las noches de luna llena, y otros que aseguran haber escuchado las maldiciones proferidas por su atormentado espíritu contra los traidores que provocaron muerte.

Terminada la relación suceso, el efecto del vino y el calor de aquel hogar habían conseguido que nos sintiéramos un poco aturdidos y, a la vez, conmovidos por la historia del Calatravo. Habíamos olvidado por completo que estábamos perdidos y que aún nos quedaba un trecho de camino por recorrer antes de llegar a nuestros coches. Nos apresuramos a darle las gracias a tan amable señor por su hospitalidad y ayuda, y partimos enseguida.

Sin embargo, antes de marchar, nos pidió, con gesto triste y apesadumbrado, que le hiciéramos un favor y entregáramos un sobre al guarda del paraje.

Retomamos el camino por la senda que nos había indicado aquel extraño personaje. Llegados a un punto, algo involuntario nos hizo detener repentinamente los pasos a todos. Por un momento, miramos hacia atrás. Nuestra sorpresa fue enorme cuando nos dimos cuenta de que, por más empeño que poníamos, no lográbamos localizar la cabaña que acabábamos de abandonar hacía tan solo unos minutos y en la que un hombre nos había contado esta historia. Aquella casa destartalada de desvencijados ventanales había desaparecido de manera inexplicable.

Sin habernos recuperado todavía de aquel hecho tan extraño, la curiosidad nos movió a abrir el sobre que se nos había confiado. En él rezaba lo siguiente: «Isabel, amada mía, espérame en Ocaña. Intentaré llegar al alba».

  
              

              

   

  

   

NOELIA BEGOÑA GOSÁLVEZ REY (Ciudad Real, 1973). Diplomada en Turismo por la Universidad de Málaga, Máster en Administración y Dirección de Empresas Turísticas por la Escuela de Negocios MBA de Gran Canaria y Diplomada en Maestro en Lengua Extranjera (sección: Inglés) por la Universidad de Málaga. Ha trabajado durante 10 años en el sector turístico. Ha ejercido como profesora de formación profesional de la rama Hostelería y Turismo en El Puerto de Santa María.

José Antonio Molero Benavides (Cuevas de San Marcos, Málaga, 1946). Diplomado en Maestro de Enseñanza Primaria y licenciado en Filología Románica por la Universidad de Málaga. Es profesor de Lengua, Literatura y sus Didácticas en la Facultad de Ciencias de la Educación de la UMA. Desde que apareció su primer número, está al frente de la dirección y edición (en su versión web) de GIBRALFARO, revista digital de publicación bimestral patrocinada por el Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura de la Universidad de Málaga.

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral de Cultura. Año XI. II Época. Número 76. Abril-Junio 2012. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2012 Noelia Begoña Gosálvez Rey & José Antonio Molero. © Las imágenes, extraídas a través del buscador Google de diferentes sitios o digitalizadas expresamente por el autor, se usan exclusivamente como ilustraciones del texto, y los derechos pertenecen a su(s) creador(es). Edición en CD: Director: Antonio García Velasco. Diseño Gráfico y Maquetación: Antonio M. Flores Niebla. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2012 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.