EL DÍA DEL LIBRO es una conmemoración que se celebra ya a nivel mundial el día 23 de abril de cada año y tiene como objetivo fomentar el hábito de la lectura, motivar la industria editorial y promover la protección de la propiedad intelectual.

Los orígenes de esta celebración no están muy lejanos en el tiempo (última treintena del siglo XX), y, aunque esporádicamente se daban iniciativas orientadas en este aspecto en algunos países, no había unanimidad en el día ni en el sentido de la celebración.

Con el paso de los años, lo que en un principio era una celebración ocasional y no coincidente en todos los países, quedó fijado, en 1988, como una conmemoración internacional por la UNESCO, y como tal emprendió su singladura el 15 de junio de 1989 en varios países (entre ellos, España), logrando, ya en 2010, ser más de cien los países que la celebran este día y este mes. En cuestión de libros, todo un logro.

Pero ¿por qué el día 23 y por qué el mes abril? La fecha 23 de abril tiene algo de convencional, pues parte del supuesto de que tal día de ese mes del año 1616 se dio la coincidencia del fallecimiento de nuestro Miguel de Cervantes, el llamado Inca Garcilaso de la Vega y el inglés William Shakespeare.

La realidad es otra. Los tres solo son coincidentes en el año del óbito (1616) y, aunque Cervantes e Inca Garcilaso coinciden también en el mes (abril), los tres difieren en el día, pues las fechas reales de fallecimiento son 22 (Cervantes) y 23 (Inca) de abril, y 3 de mayo (Shakespeare).

En efecto, la fecha es solo exacta para el caso de Inca Garcilaso, que nació en Cuzco (Nueva Castilla) en 1539 y falleció en Córdoba (España) el 23 de abril de 1616. La muerte de Cervantes tuvo lugar en abril, pero justamente el 22, y su cuerpo fue enterrado al día siguiente, el 23, fecha que aparece consignada en su partida de defunción.

En relación con Shakespeare cabe decir que, efectivamente, murió un 23 de abril, sí, pero del antiguo calendario juliano (por esas fechas todavía vigente en Inglaterra), fecha que se corresponde con el 3 de mayo del calendario gregoriano.

En conclusión: a efectos de coincidencias cronológicas del óbito de los tres consagrados literatos, este dato pone de manifiesto que el fallecimiento del dramaturgo inglés tuvo lugar 10 días después de la muerte del Inca Garcilaso y 9 días antes del deceso de Cervantes.

  

  

  

  

  

 

1. Calendario romano antiguo (o romuleano)

Los pueblos itálicos primitivos (oscos, umbros, etruscos, romanos, sículos, ligures…) tenían diferentes calendarios, cada uno con su propia duración del año y su propio número de meses y número de días. Estos calendarios se basaban en el ciclo lunar, al igual que su modelo griego, y el comienzo del mes se hacía coincidir con la aparición de la luna nueva.

Ya desde sus primeros tiempos, el calendario presidía al completo la vida de los romanos: los asuntos relacionados con la política, las celebraciones religiosas y el mundo del trabajo estaban en función del calendario, hasta el extremo de formar parte esencial de su identidad cultural, primero de la Ciudad, luego del Reino y después del Imperio.

El punto de imbricación entre la vida y el cómputo del tiempo era tal que como punto cronológico de partida del calendario se había tomado la fecha misma en que el legendario Rómulo (753 - 716 a. C.), hermano mellizo de Remo, fundó la ciudad de Roma, de la que fue su primer rey. El día y el mes de la fundación los sitúa la tradición romana el 1 de abril, momento justo en que se inaugura una nueva era (la Fundación de Roma), un nuevo año y un nuevo calendario: el año 1 ab Urbe Condita, es decir, el año 1 de la Fundación de la Ciudad (de Roma), año que se corresponde con el 753 a. C. de nuestro calendario.

El calendario de Rómulo duraba alrededor de 304 días y se componía de 10 meses lunares, cuatro de 31 días y seis de 30. Tanto para la toma de decisiones en materia política como para fijar el inicio de las campañas bélicas, el comienzo del año quedó fijado en el 1 de marzo, coincidiendo con el primer plenilunio de la primavera.

El último mes del año era, pues, diciembre, pero no como en la actualidad, que es el duodécimo, sino el décimo, ya que entre el final de diciembre y el comienzo del primer mes (recuérdese, marzo) del año siguiente había un periodo de 60 días que coincidía con el invierno, que no correspondía a ningún mes: era un tiempo de transición de un año a otra era, una especie de tiempo muerto, en el que no había actividad militar ni labores agrícolas. Este periodo de tiempo vacío solía dedicarse a ritos de purificación colectiva.

2. El calendario prejuliano

Para alinear el desfase que se originaba entre el calendario romuleano (basado en las fases lunares) y el ciclo solar, Numa Pompilio (716-764), rey que sucedió de Rómulo según la tradición romana, le introdujo sucesivas modificaciones una de las cuales afectaba a la duración de los 10 meses del año, que pasaron a durar 29 y 31 días alternativamente.

No obstante esas reformas, no se lograba ajustar el cómputo de los días, ya que el calendario oficial que se seguía, que era lunar, siempre quedaba desfasado con la realidad del decurso de las 4 estaciones (año solar).

Se optó entonces por añadir un mes llamado mercedarius, que se intercalaría cada dos años (en ocasiones, tres), con lo cual el año pasaba a tener cada uno una duración de 377 o 378 días.

Se acordó también dividir la duración del calendario anual en 12 meses lunares, y eliminar el tiempo vacío de finales de año, sustituyéndolo por los meses de Ianuarius (enero), en honor de dios Jano, dios de los umbrales y de las puertas, y también el dios de las transiciones, y Februarius (febrero), un tiempo festivo (conocido como Lupercales”) dedicado a la purificación.

Por tanto, el calendario de estos primeros tiempos (históricamente conocido como calendario prejuliano) se componía, como en la actualidad, de 12 meses, pero su cómputo no se iniciaba el 1 de enero, sino el 1 de marzo.

Así, pues, desde estos tiempos primarios, el primer mes del año no era enero, sino marzo (Martius, en honor de Marte, dios de la guerra y padre de los fundadores de Roma, según se creía), le seguía abril (Aprilis, dedicado a Afrodita, diosa de la belleza, la sensualidad y el amor en su sentido erótico); seguía mayo (Maius, en honor de la ninfa Maia, la mayor de las Pléyades, hijas todas ellas del titán Atlas; está asociada a la fertilidad por haber quedado embarazada de su hijo Hermes en uno de los escarceos que tuvo con Zeus, y, a continuación, está junio (Iunius, vinculado a la diosa Juno, la deidad del matrimonio). Para la nomenclatura de los otros meses se recurrió a los números; así están Quintilis (de quintus mensis), Sextilis (sextus mensis), Septembris (septem mensis), Octobris (octo mensis), Novembris (novem mensis) y Decembris (decem mensis). Culminaba el año con con los ya mencionados meses de Ianuarius y Februarius.

3. Calendario juliano

A partir del año 153 a. C. (año 601 ab Urbe Condita) inclusive, se acuerda cambiar, más por razones militares que de cualquier otro tipo de precisión cronológica, el ciclo lunar por el año solar e iniciar el año el 1 de enero, en lugar del tradicional 1 de marzo.

Con Julio César (100 a. C. - 44 a. C.) ya en el poder, se implanta un nuevo calendario, que constaba de 365,25 días (365 días y 6 horas), divididos en 12 meses. Este nuevo calendario elimina el mes Mercedonius y mantiene como principio de año el 1 de enero. Pero su cómputo del número de días incurría en un error que suponía un incremento de algo más de 11 minutos cada año con respecto al año solar (trópico o tropical), cuya cifra exacta de tiempo es de 365,2422 (365 días, 5 horas, 48 minutos y 46,08 segundos).

Asesinado Julio César, el senado acordó sustituir el mes Quintilis por el de julio, en honor de Julio César, y luego, por petición propia del emperador Octavio Augusto, Sextilis pasó a llamarse agosto.

Y aunque cometía un error de 3 días cada 400 años, así quedó fijado el calendario juliano, que estuvo vigente en el mundo occidental, y fue el predominante en el mundo conocido, hasta la implantación del gregoriano, en el año 1582.

4. Calendario gregoriano

La reforma llevada a cabo por el Gregorio XIII, papa de 1572 a 1585, de ahí la denominación del nuevo calendario, nace de la necesidad de llevar a la práctica uno de los acuerdos del Concilio de Trento (1545-1563): ajustar el calendario juliano al calendario solar a fin de eliminar el desfase que se había venido originando desde el Primer Concilio de Nicea, en el que se había fijado el momento astral en que debía celebrarse el nacimiento de Cristo y, en relación con esta festividad, las demás fiestas religiosas móviles.

En el Concilio de Nicea (hoy Iznik, Turquía), primero de los considerados ecuménicos, se celebró el año 325, y en él se determinó que la Pascua de Navidad debía conmemorarse el domingo siguiente al plenilunio posterior al equinoccio de primavera en el hemisferio norte (equinoccio de otoño en el hemisferio sur).

Aquel año 325, el equinoccio había tenido lugar el día 21 de marzo, pero, como consecuencia del error cronológico que llevaba implícito el calendario juliano, la fecha del acontecimiento, con el paso del tiempo, se había ido adelantando hasta el punto de que, en 1582, el desajuste alcanzaba ya un periodo de 10 días. A efectos de la festividad de la Navidad, la corrección se aplicó al calendario litúrgico y el equinoccio se fechó el 11 de marzo.

En efecto, el calendario juliano había ido computando equívocamente un poco más de 11 minutos cada año, y esos más de 11 minutos contados adicionalmente a cada año habían supuesto, en los 1257 años que mediaban entre 325 y 1582, un error acumulado de aproximadamente 10 días. Verificado el error y aplicados los cálculos, al jueves 4 de octubre de 1582 del calendario juliano le sucedió el viernes 15 de octubre de 1582 del gregoriano. Y así, diez días desaparecieron debido a que ya se habían contado de más en el calendario juliano.

El calendario gregoriano fue asumido de forma inmediata por Italia, y España y Portugal (y sus colonias). Lógicamente, Inglaterra (y sus colonias), Alemania y otros países europeos ya metidos en la Reforma Protestante no lo aceptaron hasta 1752.

  

  

  

  

  

     

José Antonio Molero Benavides (Cuevas de San Marcos, Málaga, 1946). Diplomado en Maestro de Enseñanza Primaria y licenciado en Filología Románica por la Universidad de Málaga.

Ha sido profesor de Lengua Española en la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Málaga hasta el 30 de septiembre de 2017, cuando el Ministerio de Educación y Ciencia deja de considerarlo apto para la docencia y le aplica la ley vigente de actividad laboral, mandándolo, sin capacidad de retorno, al nirvana de la jubilación.

Y en esa condición, desde el 1 de octubre de ese mismo año, vive (respira, aclara él) lánguidamente el paso tardo de los días entregado a la meditación agnóstica del intramundo onírico, a la espera de esa iluminación de la gnoseología límbica transcendental que irremisiblemente le espera.

En tanto el Eterno Omnisciente le recibe en su Celestial Despacho, entrevista que el interesado desea se prolongue sine die, ejerce como Profesor Jubilado Cvm Venia Docendi, capacidad que la Muy Docta UMA ha tenido a bien reconocerle, permitiéndole continuar con las tareas de dirección, coordinación y edición de la revista digital GIBRALFARO, revista digital de publicación trimestral que se publica con el beneplácito del Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte de la Universidad de Málaga, compromiso que asumió con la aparición de  su primer número.

   

   

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral. Sección 4. Página 16. Año XXI. II Época. Número 111. Abril-Junio 2022. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Diseño y maquetación: EdiBez. Copyright © 2022 José Antonio Molero Benavides. © Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2022 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga & Ediciones Digitales Bezmiliana. Calle Castillón, 3, Ático G. 29739. Rincón de la Victoria (Málaga).