«Labraste mi alma como una hoja de tus montañas,

Pedazo de tierra mía,

y me diste todo el humo de tus neblinas para forjar mi fantasía,

y tus riachuelos y tus vertientes fueron

las hilachas que me vistieron.

Paternal en mis arterias volcaste

la oculta fuerza de tu savia buena,

y a la llanura triste me mandaste

con mi vestido de agua y mi bozal de arena.»

BHILLA SERRANA

  

GENOVEVA MORREL ROMERO, conocida como Genoveva de Castro, o bajo el seudónimo  literario de Yajaira, nace el 3 de enero de 1907 en Pueblo Nuevo, una tierra xerófila con cardones de dato y de lefaria, con su arena rojiza, su clima cálido y sus largas calles, en la península de Paraguaná, al norte del Estado Falcón, Venezuela, y muere en la misma península en 1992.

Su vida se desenvuelve en un contexto rural como el descrito, lo que seguramente influye en su escasa publicación en los diarios y revistas venezolanos, que se ve reducida a esporádicas colaboraciones que aparecen en dos diarios del Estado Lara, El Impulso de Barquisimeto y El Diario de Carora. En Caracas se dan a conocer ocasionalmente algunos de sus poemas en los diarios El Universal, El Heraldo y La Esfera. Colabora en la Revista Cultural, edición mensual dirigida por Mario Zirit, de la que se divulgan 8 números entre abril y diciembre de 1942.

En 1942, bajo el seudónimo Yajaira, Genoveva publica su poemario Pájaro de Barro, se publica, por vez primera, en Caracas, en el volumen 34 de los Cuadernos Literarios de la Asociación de Escritores Venezolanos que edita la Editorial Elite.

En 2004, el poemario vuelve a publicarse de nuevo con el prólogo El mundo como metáfora, de Gregory Zambrano, de cuya edición se encargan la Fundación Cultural Josefa Camejo, el Instituto de Cultura del Municipio Falcón, el Consejo Nacional de la Cultura CONAC y el Grupo Tiquiba.

Tres cuadernos lo conforman: En la caja de arcilla, La zozobra del barro y Detrás de la onda aúlla el silencio, y un poema final, El claro de la selva.

Justamente en esta segunda edición del poemario se inspira la realización del presente trabajo.

En sus poemas, las formas sensibles del ensueño amoroso reaparecen en imágenes metafóricas de sutil delicadeza, que permiten al lector  un viaje al interior de su “corazón”:

  

Pájaro de barro…

¿para qué tengo alas?

  

Pájaro de barro…

¿para qué me llenaron de armonías?

  

Por qué me dieron

esta sed insaciable

de amplitud de horizontes

¡si estas alas de barro

no se pueden negar!

  

Por qué encerraron

en la caja de arcilla

la inquietud voluptuosa. [1] 

  

Su poesía es reclamación, una reclamación colmada de ternura; demanda sobre la soledad, la ausencia, el silencio, el desencuentro, la espera, el vacío, la carencia, el olvido, el desconcierto, el desaliento, sentires en que la sume el hombre amado; detrás de ella está la angustia de la “incerteza”, el verso que interroga es al mismo tiempo presentimiento y escape:

    

¿Dónde estarás?

que habías de aquilatarme

 y no viniste nunca.

    

¿Dónde estarás?

Blanca y blanda

te esperaba mi arcilla

para que tú moldearas

el vaso de tu vino.

(…)

Cántaro de caolín

Para la quintaesencia de tu barro.

(…)

¡Te ha llamado mi arcilla!

¡Te llama cuando siente el continuo lamer

                                          de las horas…! [2]

  
 

 

Genoveva Morrel Romero, conocida como Genoveva de Castro, o bajo el seudónimo  literario de Yajaira (Pueblo Nuevo, Falcón, Venezuela, 1907).

  

Si encuadrar la creación estética de un poeta en un determinado movimiento literario, escuela o tendencia, no es tarea sencilla, mucho menos lo es en el caso de Genoveva de Castro, con una poética tan original, tan propia, auténtica, escrita más allá de los linderos de la ciudad, en su retiro rural. Podemos afirmar que su poesía se desprende de la articulación entre el Modernismo y la vanguardia, recuperando el legado del Romanticismo con el predominio de las motivaciones interiores, la subjetividad, sesgada por los llamados “versos azules” en honor a Rubén Darío y con una tristeza remanente que revela rasgos modernistas y, en versos libres que asoman, anunciando la vanguardia.

Cada poema suyo es límpido, está dotado de entereza, en un maderamen donde resalta una brillante sencillez, desprovisto del oropel, lejano de tinturas minuciosas, vehemente en los reclamos, sin entregarse a la retórica. Su verso es una respuesta al brote poético de su interioridad, que no acata ni responde a ningún plan: es la manifestación lírica de la incompletud de la mujer sin el hombre amado. Nos ofrece el signo de su personalidad y su condición amorosa y vital  en solitario.

Es el paisaje rural, el paisaje del campo árido, el marco dentro del cual se desenvuelve su poesía, y, de vez en vez, llegan a ella los rumores de aquel mar de las hermosas playas de su terruño falconiano:

  

La palabra está anclada.

  

En una mar sin playas

la palabra está anclada.

  

Deambula la palabra muda

Sobre una mar profunda.

  

Y sus pasos azules eran leves.

Y su huella en la onda se desdibujaba

(…)

En la morena confidencia de una hoja seca

envolvió un gajo de brisas y un callado cantar

                                                     de la tarde. [3]

 

La introducción que aparece en la primera publicación de Pájaro de Barro, de 1942, nos dice:

 

«La aparición de este volumen de poemas viene a constituir la revelación de un alto valor de la poesía femenina venezolana. (…) De todas las virtudes poéticas de Genoveva de Castro, la que destaca de manera especial es su originalidad. Quizás su retiro rural ha sido factor decisivo para erigir una barrera que impidiese la influencia nefasta en su poesía de tanto erotismo desmedido y de tanta expresión ibarbouriana, como ha invadido a poetisas de nuestra América. Sus cantos serenos y transparentes, no pocas veces urdidos en tono de elevada pureza campesina, constituyen la voz franca de un selecto espíritu de mujer que, desde el fondo de la provincia venezolana, nos hace llegar el acento y la voz de su arte».

  

Todo el poema está embebido en la evocación que cabalga el potro de la nostalgia amorosa, acompañada del recuerdo de un querer ausente. La poetisa no aparta al sujeto poético, ella, y sus versos son un diálogo permanente con el hombre que ama, diálogo paradójicamente altivo y suplicante; aun los que parecen ser monólogos, no lo son en realidad; en ellos, ella habla para que él la oiga en una denodada manera de autoafirmarse frente a los desafíos del aislamiento, lo sigiloso del abandono, el enrarecimiento del silencio, el agobio de la ausencia… todo girando en sí mismo alrededor de la  palabra:

  

Tú venías…

Yo iba…

  

¡Camino de la vida!

Tú venías…

Yo iba…

(…)

En mi débil ramaje

acunaba el bosquejo

de un capullo de amor.

  

Y tus ojos radiaban

el milagro del sol… [4]

  

Voz de mujer en el contexto literario de la región coriana, voz que suscita acercamiento, con su tonalidad, sus registros y la expresión del canto de los azares entrañables de la vida, exenta de solemnidades, sin esconder su propósito esencial de recordar y clamar vívidamente los olvidos; es voz y escucha del alejamiento:

  

¿Por qué acerqué a tus labios

el cántaro de mi alma,

fresco, claro?

¡Si tú no tenías sed! [5]

  

Poesía de soledad y en soledad, que siente la herida del áspero abandono y versifica el dolor escribiendo desde el apego de la memoria con gráciles y vívidos versos, trasluce sus sentimientos en un universo de dejaciones, en un entresueño impaciente:

  

Tú,

acercaste la copa.

  

Y humedecí los labios…

y fue como un remanso…

  

¡Un segundo nomás!

  

La copa quedó intacta.

Los labios medio húmedos…

  

Y en el alma

¡la sed es más intensa! [6]

  

Moderado lirismo de fresca y emotiva hechura amorosa y candorosa fortaleza frente a los monstruosos caprichos del desamparo, la sordina de los ecos del silencio y la carencia:

 

¡Huele a tierra mojada!

Ha llovido menudo tu recuerdo

sobre mi barro seco.

(…)

Huele a germinar de musgo.

Huele a monte

alto nuevo, lujuriosamente tibio.

  

La lluvia de tu recuerdo

ha remojado mi tierra. [7]

  

El canto erótico con apasionada discreción, abrigador del arrojo amoroso, en una realidad agobiada por el dominio del hombre, sume a la poetisa en el desconcierto existencial frente al amor, dolida, mas sin aceptar totalmente el fracaso, rodeada del rural paisaje, da vida a su Pájaro de Barro, más allá del desasosiego de su lirismo:

  

Ven a llenar el cántaro.

No importa si una vez estuvo roto.

No era de cristal…

Tú lo sabías…

  

Este cántaro mío es de caolín.

Amor con amor se paga…

y me rindió el amasijo…

Ahora si cabe íntegro

tu barro! [8]

  

Y llegamos los dos al minuto infinito.

—El minuto que no quiebra la onda en eco inútil.

  

¿Hacia qué inmensidad tú me llevaste?

Desde el minuto inmenso

nunca más vine a mí. [9]

  

«Canta en ella lo que hierve vida adentro, en la carnalidad transitoria, en la arcilla que habita el ser poético con sus cargas ineludibles.»

LUIS ALFONSO BUENO

  

Su nombre y su obra está injustamente poco reseñados en compilaciones literarias, sin pertenecer su poesía a ningún movimiento feminista, ni urdir, ni meditar sobre ninguna orientación conceptual de este orden.

Sus poemas no pueden leerse sin detenerse ante un resaltante rasgo de su personalidad: su acendrado amor al hombre que quiere y su desconcierto frente al abandono. Y es que esta característica emotiva de su estética es el eje alrededor del cual rota toda su expresión literaria:

  

Dentro del sin color de los silencios

La pupila felina de mi anhelo

—vertical y en ascuas—

Otea el cristalino tintineo de tus huellas

Alargadas y azules de distancia. [10]

 

Turbadas sugerencias le arrogan el caligrama de la anatomía del cuerpo como su realidad, en un sutil intento de velar los sentidos:

 

Tú venías por el norte. Yo venía por el sur.

Tendieron las Nereidas una recta de estrellas

por donde venías tú. [11]

  

Una poesía al aguardo de lo único que un poema espera, que se le lea, que se le sienta, que se le oiga y se transmita de una voz a otra, de una generación a otra:

  

¿Por qué no habías venido? Cuando el alba

tiñó de rosa el ruedo de la aurora

yo prendí una azucena en mis cabellos

y en la ventana abierta de la espera

coloque el tiesto de claveles rojos.

(...)

Ven, acércate mucho, mucho ¡amado!

En esta fogarada de la tarde

alarga tu silueta con la mía.

Exprime la fresa. [12]

 

En el pan de tu cena

yo te di mis espigas…

y extendí mi frescura gramínea

sobre tu lecho…

  

Toda.

¡Toda! Yo misma

me corté íntegra…

Soy un haz de hierba seca. [13]

  

«Yo solo quiero revivir sus versos, poblar sus labios del agua del sonido, mitigar el dolor de la ausencia, entregarle la fragancia de los lirios de la plaza y que los jóvenes enamorados de mi pueblo sepan de sus estrofas llenas de luz, que en sus ojos vuelen redimidos miles de pájaros deslastrados del barro del olvido.»

ISAAC LÓPEZ

  

Es la voz de Genoveva de Castro que emerge del meandro del abandono y lo expresa poéticamente con una fina sobriedad, en un lenguaje que congrega la angustia que le causa la incuria del hombre querido y su certeza de saberse atormentada de soledad y ausencia.

Siempre él esta ausente. Siempre ella espera, pregunta, reclama y espera en cada verso para después resignarse de nuevo y reanidarse en el poema. Los encuentros y desencuentros los evoca letra a letra, palabra a palabra.

Tan conmovida al requerir al amante, al hombre deseado, exquisita, franca, sublimando el tiempo silencioso y la corrosiva distancia:

    

Alma adentro.

Se va un huso clavando en la llaga

y un gusano va hilando un capullo.

 

Conticinio.

Tenaz la incertidumbre,

se desmonta en el pecho,

y crece… y se esponja…

y las voces ahoga

en una angustia de algodón moreno.

(…)

Y la enreda. Y la desenreda.

Y estira… y alarga la hebra…

 

Cómo va dilatándose la espera!

cómo entre los minutos caben siglos!

y como aprieta el alma la madeja...! [14]

  

Y allí están sus poemas, y en sus versos, ella, la poetisa Genoveva de Castro que espera por sus lectores. Y la “Patria Literaria” vuelve a contraer otra deuda y nosotros, amantes de las letras, darle de nuevo voz a la sensible obra poética de esta falconiana.

  

Barro! Dolor de arena

que se enreda en la brisa.

 

Y botalón en llamas

donde la brasa muerde

la llaga que no cubre

la engañosa verdad de la ceniza.

 

¡Barro! Dolor de arena

que se enreda en la brisa. [15]

  

Colofón hermoso estos últimos extractos, todo un recuerdo para finalizar este ensayo que pretende mostrar cómo el vuelo de su pluma no se detiene en la imaginación de la poetisa, como ella toca a las puertas del lector, son sus esfuerzos por liberarse del confinamiento del olvido.

  

  

  

Extractos tomados de poemas de su libro Pájaro de Barro, editado por la Fundación Cultural Josefa Camejo, el Instituto de Cultura del Municipio Falcón, el Consejo Nacional de la Cultura y el Grupo Tiquiba. Mérida, Venezuela, 2004.

  

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NOTAS 

  1.  Pájaro de barro

  2.  ¿Dónde estarás?

  3.  La palabra está anclada

  4.  Encuentro

  5.  El cántaro

  6.  Un segundo nomás!

  7.  Huele a tierra mojada

  8.  Amasijo

  9.  El minuto infinito

10.  Sombra azul

11.  Del otro lado de las veinte puertas

12.  Acércate, amado!

13.  Soy un haz de hierba seca.

14.  Ansiedad

15.  Barro

  

  

  

  

  

  

      

    

MARÍA CRISTINA Solaeche Galera (Maracaibo, Zulia, Venezuela). Licenciada en Educación (Mención Matemática), Magíster en Educación Superior, Licenciada en Matemáticas y Magíster en Matemática Pura por la Universidad de Zulia y Profesora Emérita Titular de la Universidad del Zulia. A ella se debe la creación de la Biblioteca de Cultura General “Teresa de la Parra” de la Facultad de Ingeniería Extensión Cabimas (1989). Miembro de la Comisión de Cultura General del Núcleo Universitario de Cabimas durante el periodo 1982-1990, en la actualidad es miembro, entre otras asociaciones, de La Casa de la Poesía del Zulia, La Casa de la Poesía “Mercedes Bermúdez de Belloso” y la Peña Literaria “César David Rincón”. Colabora en el apartado poético por Venezuela de la revista Sensibles del Sur (editada en Argentina).

Entre sus publicaciones, cabe citar las siguientes: Un ceratias de Barro y Fuego (Ed. Astrea, Maracaibo, 1992); Omar Khayyam: las Matemáticas, la Nada, el Vino y la Amada (EdiLuz, Maracaibo, 2002); “Amor asoma”, en la antología Verano Encantado (Centro de Estudios Poéticos, Madrid, 2002) y los poemarios Un Amor de Miel y Ajenjo (EdiLuz, Maracaibo, 2003), Poemas Ásperos y Oscuros (Astro Data, 2005) y el ensayo biográfico Vinicio Nava Urribarri. Un zuliano leal y un venezolano integral (Ed. Astrea, Maracaibo, 2009), entre otros títulos. En preparación, el poemario El verano de los tamarindos y el ensayo Cien Instrumentos Musicales Venezolanos. Su creación literaria ha sido reconocida con diversos premios y galardones, entre los que están el “Vicente López y Planes” (Buenos Aires, 2004); la Mención Peña Literaria “César David Rincón” (Maracaibo, 2004); el Diploma del V Festival Mundial de Poesía (Peña Literaria “César David Rincón”, 2008) y el Diploma del VI Festival de Poesía (Casa de la Poesía “Mercedes Bermúdez de Belloso”, Zulia, 2009).

Podéis conocer gran parte de su producción crítica y poética en su blog personal “El Verano de los Tamarindos”. Muy interesante.

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral. Edición no venal. Sección 3. Página 14. Año XVIII. II Época. Número 104. Julio-Septiembre 2019. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2019 María Cristina Solaeche Galera. © Las imágenes han sido extraídas a través del buscador Google de diferentes sitios relacionados con la estética musical y se usan exclusivamente como ilustraciones; por consiguiente, cualquier derecho que pudiese concurrir sobre las mismas pertenece a su(s) creador(es). Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2019 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga & Ediciones Digitales Bezmiliana. Castillón, 3. 29.730. Rincón de la Victoria (Málaga).