JULIO-SEPTIEMBRE 2016  

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LA PRINCESA DE LAS MENTIRAS

   

   

Por Francisco Martínez Hoyos

  

  

  

A MARIO VARGAS LLOSA LE fascinan los impostores. Como el gran artista que es, sabe diferenciar entre el aspecto ético de un asunto y su vertiente estética. Entre sus personajes, sin duda, el más dotado para elevar el engaño a la categoría de arte es la protagonista de Travesuras de la niña mala (Alfaguara, 2006), que parece no vivir sino para atrapar al resto de la humanidad en sus redes de seducción. Y sacar buen partido de ello, faltaría más. Como si representara el arquetipo ideal en el que se inspiró Nietzsche para una de sus aceradas reflexiones sobre la naturaleza humana: «En la medida en que el individuo pretenda subsistir frente a otros individuos, en un estado natural de las cosas, generalmente utiliza su intelecto sólo para el disimulo». La niña mala no hace otra cosa, al emplear una inteligencia extraordinariamente aguda, un carisma perturbador, para abrirse paso en la carrera de la vida. Que ella entiende, prácticamente, en términos darwinianos. En un mundo hostil, sólo el mejor adaptado sale adelante. La impostura, aquí, deviene un instrumento de la selección natural para convertir a nuestra protagonista en la más fuerte.

La niña mala, en resumen, encaja como un guante en uno de los perfiles de mentiroso definidos por José María Martínez Selva en La Gran Mentira (Paidós, 2009): «el fabulador, dotado de una fantasía desbordada y poco común, quien a mundo se convierte en un aprovechado que no puede vivir sin desplumar a los incautos con imaginación, creatividad y ocasionalmente con algún toque de genialidad». Para este espécimen humano, en el que la falta de escrúpulos se mezcla con el talento, el mundo no es sino un gran teatro donde deslumbrar al público con sus alardes y explotar convenientemente las sucesivas imágenes plausibles de sí misma. En ella, la mentirosa que miente por el placer de mentir y la que busca el beneficio propio coinciden plenamente.

  

TRASCENDER LO ROSA Y ALCANZAR LUEGO UNA MEZCLA EXTRAORDINARIA DE LO DRAMÁTICO Y LO CÓMICO

  

Como si se propusiera un más difícil todavía, Vargas Llosa comienza esta novela dentro de los esquemas convencionales del género rosa, para después trascenderlos y alcanzar una mezcla extraordinaria de lo dramático y lo cómico. Durante toda su vida, Ricardo Somocurzio va a estar rendidamente enamorado de una mujer que le engañará una y otra vez, tanto, que su figura no cesa de escurrírsele entre los  dedos. Enamorado de una mujer que le hará mil perrerías, algunas de increíble crueldad. Por más que las apariencias apunten en una dirección, nunca sabe cuándo el teatro va desplazar a la verdad, suponiendo que este último concepto posea aún sentido. En el fondo, su actitud responde a la necesidad típicamente humana de creer lo que se necesita creer. «El mismo hombre tiene una tendencia incoercible a dejarse engañar», escribió Nietzsche. Igual que el público de un teatro disfruta de felicidad cuando los actores le mienten, Ricardo requiere que su niña mala le deslumbre con cualquiera de sus cuentos para que su vida, gris y mediocre como la de cualquier burgués, adquiera de pronto significado.

 

EL LECTOR TERMINA LA NOVELA NO ODIÁNDOLA, LLEGANDO A COMPRENDER INCLUSO QUE RICARDO LA AME

 

Sin embargo, al cerrar el libro, la magia del escritor ha obrado el milagro: el lector no odia a esa artista del camuflaje, a esa criatura desquiciante en la que realidad y ficción llegan a confundirse. No la odia sino que comprende que Ricardo la ame “como un becerro”. Porque, por algún misterio difícil de explicar, ella también nos ha cautivado. Y la contemplamos con los ojos enamorados del narrador. Tanto es así que sus increíbles peripecias, algunas extremadamente graves, no tienen más importancia en realidad que simples “travesuras”.

¿A qué se debe esta fascinación? Al talento del narrador, desde luego, pero tampoco está de más recordar un fenómeno que apunta Martínez Selva, la tolerancia social hacia la mentira del débil. Una mentira que encuentra comprensión si atrae por el ingenio de su artífice, que ha de ser un embaucador simpático. En cierto modo, eso es lo que sucede aquí con nuestra perversa y carismática cenicienta. ¿Quién no ha soñado con ser millonario alguna vez? A lo largo de los años, ella se crea sucesivas identidades con las que intenta, a toda costa, dejar atrás su pasado de pobreza para subir todo lo posible en la escala social. Como nos dirá su padre hacia el final de la historia, desde pequeña soñó con lo que no tenía, con ser como los blancos y ricos. Al servicio de este sueño, no duda en crear explicaciones plausibles para todo. De apariencia impecable, pero que sólo confunden a su víctima porque éste quiere ser confundida. La impostura se revela entonces como un rostro bifronte: implica que alguien no dice la verdad, pero también que otro alguien está dispuesto a tragarse sus falsedades o, al menos, a mirar hacia otro lado.

 

EL COMIENZO DE SU CARRERA POR LA AUTOPISTA DE LAS MENTIRAS

 

La “niña mala” comienza su carrera por la autopista de la falacia con una travesura más o menos inocente: se hace pasar por chilena para captar así la atención de la buena sociedad miraflorina. Hasta que un mal día termina desenmascarada, lo que supone el inmediato ostracismo. Descubierta la pantomima, sus amigas “decentes” dejan de frecuentarla. ¿Cómo se atreve una advenediza a intentar introducirse en los círculos selectos?

En los años sesenta, Lily se transformará en la camarada Arlette, una revolucionaria en un París bajo el influjo del mito castrista. La realidad, sin embargo, es que la política le importa muy poco. Endiabladamente camaleónica, ha comprendido enseguida que la militancia de extrema izquierda es el pasaporte que le permitirá salir del Perú y conocer mundo. Si por el camino ha de inventarse un currículum revolucionario, pues lo inventa. Primero perteneció a la Juventud Comunista, de donde pasó al MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria). Supuestamente porque comprendió que este último partido constituía la verdadera izquierda. Acabará en Cuba, donde, como la trepa inigualable que es, conseguirá hacerse un hueco entre los círculos más influyentes, hasta el punto de que se dice que comparte no sólo la mesa, también la cama de los comandantes. ¿Es eso cierto? Tanto da, porque la leyenda forma parte de su magnetismo.

  

MATRIMONIO CON UN FUNCIONARIO FRANCÉS

  

Se rumorea que vive un tórrido romance con un cubano, pero lo cierto es que termina casada con un francés, Robert Arnoux, encargado de negocios de la embajada francesa y futuro ministro consejero. ¿Se ha enamorado de él? Es evidente que no. Sólo busca un “buen partido” o, en términos más inmediatos, salir de Cuba y regresar a París. Frente al diplomático galo, Ricardo, un simple traductor de la Unesco, un pichiruchi, delicioso peruanismo equivalente a “pobre diablo”, no puede plantear una oferta competitiva. De todas formas, ella acaba por aceptar su oferta de vivir en pareja, aunque para eso tiene que asumir un nuevo desdoblamiento, el de interpretar el personaje de mujer fiel.

Sabe perfectamente lo que no quiere: llevar una vida gris, mediocre. De ahí que su ambición la empuje a una constante insatisfacción frente a lo real: nada es suficiente, menos aún ser la esposa de un pichiruchi, al que ama en el fondo, aunque muy a su manera. Ante una realidad siempre por debajo de sus deseos, su salida es crear un alter ego, una mujer bella y sofisticada de irresistible poder de manipulación, siempre dispuesta a escapar cuando el tedio se vuelve demasiado insoportable. La espantada, en sus manos, se vuelve un estilo de vida.

 

UN ESTILO DE VIDA: LA APARIENCIA QUE SATISFACE A LOS DEMÁS

 

Dicho de otra manera: nuestra protagonista manipula en beneficio propio las distintas máscaras con las que expresamos nuestra identidad personal. Como apuntó la historiadora Carmen Iglesias, somos una cosa u otra en función de un contexto determinado, en el que se espera de nosotros ciertos comportamientos. Estos papeles sociales vienen a ser una suerte de compartimentos estancos, al no interferir entre sí. Todo ello es resultado de una sociedad en la que el individuo se ve fuertemente condicionado por la opinión de los otros. De ahí que adopte distintas apariencias con las que satisfacer diferentes expectativas. La niña mala se mueve con singular maestría en esta dimensión difusa de la vida, ofreciendo a los demás una representación de sí misma que tiene que ver menos con ella que con las percepciones ajenas. Los otros, al mirarla, en realidad se ven a sí mismos.

No sospecha que, con este juego continuo de mentiras, sólo va a conseguir asomarse al abismo, porque cada una de sus sucesivas parejas resulta, en términos humamos, más miserable que la anterior. Lily vendría a ser un don Quijote invertido, en el sentido de que busca su propio provecho, no el de los demás, aunque, igual que el hidalgo manchego, vive dentro una fantasía. Llega un momento en que ninguno de los dos acierta a distinguir la realidad de sus delirios, una incapacidad que acaba pagando cara al estrellarse contra sus respectivos molinos de viento.

  

UN FINAL MUY EN LA LÍNEA QUIJOTESCA

  

En el caso de la niña mala, ese descarnado pragmatismo en apariencia tan apegado a la realidad pura y dura, se revela, con el paso del tiempo, tan ficticio como los sueños del romántico más loco. El dinero es «la única felicidad que se puede tocar», afirma en cierta ocasión, porque cree que sólo ese instrumento le permitirá gozar de la vida sin la sombra amenazante del futuro. Pero lo cierto es que, en su persecución de esta dicha tangible, sólo ha encontrado desgracias. ¿Dónde está, pues, su error? Vargas Llosa, probablemente, nos diría que una cosa es la ficción como ejercicio literario y otra muy distinta confundir, en la vida real, lo que es con lo que desearíamos que fuera. El que confunde ambos planos se expone, por definición, al desastre.

   

  

  

  

      

  

 

Francisco Martínez Hoyos (Barcelona, 1972). Doctor en Historia por la Universidad de Barcelona. Ha estudiado a fondo el cristianismo progresista bajo el franquismo y dedicado varios trabajos a la historia de América Latina, como Francisco de Miranda, el eterno revolucionario (Arpegio, 2012) o Breve Historia de Hernán Cortés (Nowtilus, 2014). En 2015 está prevista la aparición de su Breve Historia de la Revolución Mexicana (Nowtilus). Es articulista y crítico de libros en las revistas Historia y Vida y El Ciervo. En el terreno literario, ha publicado relatos cortos en antologías como Perversidades. Cuento al Filo (Rubeo, 2015).

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral de Cultura. Sección 3. Página 7. Año XV. II Época. Número 93. Julio-Septiembre 2016. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2016 Francisco Martínez Hoyos. © La imagen es el resultado de una composición digital y se usa exclusivamente como ilustración. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2016 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.