N.º 76

ABRIL-JUNIO 2012

6

  

  

   

   

   

   

   

COSAS DEL PAPEL

   

Por Jaime León Cuadra

   

   

   

PAPEL

Categoría(s): cosas de papel

  

Papel, hacía tiempo que buscaba un momento como este. Lo precisaba, me hacía falta... Quería escribirte, papel, para, en fin, contarte un sinnúmero de cosas que me ocurren, o que ocurren y a veces cuesta comprenderlas.

No, no pretendo aquí dejar una prosa ni inventar paradigma literario alguno, solo hablarte con el lenguaje diario de la simplicidad.  Sé que no guardarás mi secreto, ni te lo pido. Sé que es inútil.

Ya ves, me da por momentos, entristecer sin que una miserable lágrima acompañé esta maldita o dulce melancolía… ¿Acaso lo entiendes tú…? Son cosas que no logro concebir…  Sin embargo, la cosas jocosas, por nimias que sean, me revuelcan de carcajadas casi enfermizas…  ¿Estaré, de algún modo, empezando lentamente la inmisericorde decrepitud?

No, no te alijas, papel; siempre tuve un respeto irrestricto por ti, incluso en tus andanzas de cartón, de cometa, de fotografías, o allí, ordenado en imperecederas bibliotecas, guardando los secretos de toda la humanidad.

Créeme que he llorado de frustración, cuando los ineptos, ignorantes, usurpadores del poder —oligarcas a la pólvora—, han hecho piras de tus tripas, solo porque  llevabas un nombre poco apropiado. O por los fanáticos ortodoxos que ven siempre en ti a su peor enemigo.

Me gusta tu paradoja, de pronto eres súplica, ruego, otras arenga, grito de guerra… eres afiche de paz, o portador  de una prescripción médica que calmará el dolor físico de un enfermo. En otras, llevarás un poema o una palabra de afecto, incluso dejarás impreso el último dolor del suicida.

Ayer jugaba con la luz moribunda de una vela —te encontré mientras limpiaba un viejo armario—, naturalmente ya era de noche. Entonces vi mi sombra contorsionarse en las paredes de mi cuarto; por tanto, yo permanecí inmóvil. Me figuré intranquilo, nervioso… como en tiempos de mi despertar o pubertad, de la niña aquella que provocaba sentimientos inequívocos y perturbaba mi niñez.

Te recordé como un amigo que me mostraba los primeros cuentos, que más tarde terminarían por formarme… bien o mal, poco importa. Recorrí contigo entonces el parrón de mi casa al mismo tiempo que la ciudad turca de Antioquia, antigua ya de más de 23 siglos. En otras, te recordé como aquel boleto de carro que, sin saver, vino a incrustarse en mi oreja, pues contenía un torpedo que me ayudaría a salir con éxito de esa prueba de historia, ramo que tanto detestaba.

Claro, en ese momento de recuerdos, cómo no romper en carcajadas, cuando me apretaste los testículos mientras cumplía la ingrata tarea de otros de mis exámenes escritos…

Sí, sí, sé que no venía necesariamente a contarte tanta estupidez… Sí, adivinaste… ayer supe de ella... Sí, huevón, incluso sé del día en que nació y su nombre completo… y habría dado todo el oro del mundo por que una lágrima rebelde acompañara mis saudades, pero me estoy riendo de nuevo, con esa carcajada enfermiza de mi propia angustia.

Ya, papel, déjame en mis carcajadas enfermizas. Tú, guarda mis lágrimas, no, no como un secreto. Entra en la botella. Quizás el océano, en su profundo latido, pueda regalarle un día mi pensamiento.

Chao, papel.

  

  

                                         

  

  

TARDES DE MAR

 

Descendí las gradillas que llevaban al primer piso, me detuve delante del gran ventanal del salón, aquel que daba a la eternidad salina y a ese espeso borbollón que danza salvaje en medio de ese cosmos llamado océano.

Me acomodé a mis pretéritos y me sumí en compañía de la soledad. Conversamos sin que un solo vocablo interrumpiera ese silencio que le daba un marco de insondable belleza.

Desnudo, no pude impedirme abrir el ventanal de par en par. La magia que infundía esa naturaleza, marina entregaba energías insospechadas y me preparaba milagrosamente a una cita que se dibujó como un regalo el día anterior, mientras me encontraba vagando por la playa.

Marioska lucía blue-jeans bien ajustados y una blusa en la que se adivinaban unos pechos, aunque diminutos, de una firmeza de coral. La acompañaba en su deambular la sensualidad exquisita de sus cuarenta años. El acercamiento vino con la naturalidad de un caminar sin un destino preciso. Podría asegurar que cada uno divagaba con su propio quehacer en un monólogo del todo indeterminado.

En única dirección, la extensión del litoral nos llevó los pies desnudos a rejuntar nuestras haraganas divagaciones, para concedernos una pizca de dulce alegría. Regresamos cuando el paisaje resplandecía de los colores de la tarde y parecía armonizar nuestros propios panoramas. Las manos, ligadas, las empujó el embrujo del instante.

En medio de mi propio desorden, volví mis ojos al misterioso acuario salino. La sensual calidez de la tarde y la morosidad del devaneo me iban prendiendo morbosamente a los instantes que llanamente se aproximaban.

Preparé debidamente un pequeño cóctel con ayuda de pisco peruano, limón centro-americano y una pizca de azúcar cubana; dispuse en la cigarrera unos tabaquillos Camell y me forré de una ligera bata de seda. La dulce espera excitaba metáforas de onírico erotismo.

La lujuria parecía el escenario preconcebido a la ocasión. El timbre del teléfono irrumpió con un ruido inesperado, que me hizo despertar sobresaltado de una complaciente modorra. Dudé en responder para no entorpecer esa amable y fogosa espera. La insistencia del timbre entorpeció mi imaginario y decidí volver a la rutina. Aló, dije la voz firme, ¿quién…? En el mismo instante sonaba el timbre de la puerta.

Soy Rosalía… En este momento estoy en el aeropuerto, quería darte una sorpresa, pero la huelga de taxistas… Dos segundos, dije a tono de disculpas y me dirigí a abrir la puerta. Frente a mí, ella, dispuesta, serena y con la hermosura del preludio que incita al amor. Con abierto disimulo, colgué el auricular, dando por terminada la pretendida sorpresa de Rosalía.

Marioska dio un largo paseo por la casa, como fotografiando para sí todos los rincones de la casa. Lucía espléndida, ataviada de una blusa casi trasparente, una minifalda muy sugestiva y unos tacones que hacían de su andar una danza de extraordinaria sensualidad.

  

  

                                         

  

  

OYÉ, PLUMA

 

Búsqueda incesante

Orillas de dudas

Abismo.

Estabas sonriendo.

 

Mientras desaparecías de mi razón, dejabas el alma suspendida entre las hojas, en el vuelo del ave que parece prolongar ese cielo que se va oscureciendo.

Nubarrones que como goterones implacables, martillan una soledad que se va metiendo en los huesos.

Se avecina la noche, la misma noche, eco de tantos recuerdos vanos.

Toma pluma mi lágrima, yo me cansé de la humedad en un rostro que se hace viejo.

Toma una hoja y vierte el veneno, que ya no es veneno y conviértelo en la mejor mentira.

Escribe que, a cambio de mis lágrimas, quiero su felicidad, miente. Cúlpame y blasfema mi forma de amar…

Pero, sobre todo, esta vez déjala ir… La verdad no le interesa, sus ojos están mirando las mismas estrellas que refulgen, de seguro, más brillantes.

Cuando vuelva, habrás terminado el verso. Déjame un vaso de agua y esa píldora para dormir.

Mañana decidí volver al amor libre y te dejo papel y pluma, que nunca más pretendo ser el único ni preferido de ninguna.

Qué quieres…  las amo a todas.

No, no pongas ningún copyright, y no me traiciones firmando estas letras que deben quedarse suspendidas en el mismo abismo de hojas y vuelos de pájaros que prolongan inútilmente un cielo que nació infinito.

  

  

                                         

  

  

COSAS

 

Me encontraba en medio de un lío de papeles que no necesariamente eran borradores de escritos o esbozos de textos.  No obstante, pertenecían al otro vicio de mis afanes. Frente a mí, un sinnúmero de facturas y estados de cuentas, a medio pagar. Además, revisaba todas mis compras a crédito y tomaba nota de aquellas cosas que son imposibles de postergar más allá de su vencimiento. Hablo de seguros y esas cosas.

No es difícil ordenarse cuando se cuenta con una formación que permite con sencillez hacer un ejercicio en que debes y haberes se manejen en equilibrio y con abierta simplicidad. Pero mi desaplicación con esos temas había de provocar cierto malestar en algunos de mis proveedores habituales, que saben que soy reacio a pagar intereses.

Me puse a la obra, olvidando musas, tal el viento, las hojas y este magnífico otoño que pintaba los árboles de vertiginosa vejez. 

Tuve que llamar a algunos teléfonos, pedir prórrogas, negociar nuevas fechas de vencimiento y, en más de una ocasión, poner término a ciertas comodidades que aconsejaba mi situación financiera.

Terminó el ejercicio un balance bastante ajustado, pero que finalmente pondría a prueba mi desorden económico, sin necesariamente echar mano a algunos dinerillos invertidos en una pequeña cuenta de ahorros.

El balance me advertía de un pequeño período de austeridad y me dejaba sin recursos para ningún tipo de urgencias.

Satisfecho del resultado de mis teóricas conclusiones, me dirigí a la calle dispuesto a caminar bajo ese aire helado pero tan benéfico para los pulmones.

Ya mis ocupaciones existencialistas o materialistas dejadas de lado, comenzó la tarde a orillar mis musas, mis nostalgias, mis saudades.

Soñaba desde el borde de un canelo cómo la tarde afinaba los bronces, ayudada del viento de lo que parecía una tormenta de viento y aguaceros. El granizo hizo el crescendo y tuve que buscar refugio para evitar dramáticas consecuencias a mi fragilidad ósea estructural.

Exiliado en un cuartucho de vieja madera, me di cuenta que alguien trataba de comunicarse conmigo por medio del infaltable teléfono portátil.

 

Y yo que nací desprovisto

de tanta hojalata,

jugando libre la calle,

con el alma de par en par,

soy otra víctima del celular,

anunciador de catástrofes.

 

En medio del ruido atroz de la naturaleza y la voz que venía por el inalámbrico, pude enterarme de que, inesperadamente, la pana de mi flamante Ford 92 se había incrementado en más del cincuenta por ciento de lo que fue la primera impresión del mecánico.

Dejé de soñar con el canelo, y el concierto de vientos y tormentas se me hizo insoportable. Me dirigí a casa y volví a enfrascarme en los resultados de mi anterior balance que me había dado una cierta tranquilidad… Pero no calculé el ineludible porcentaje de imprevistos.

Luego de recalcular mis proyecciones económicas, tranzando siempre con el signo menos en varios de los ítems, por contumacia onírica, me dejé llevar por el concierto del temporal que ya se había desatado con toda su fuerza avasalladora.

Levantaba mi pluma para dejarme llevar por el momento y, de pronto, un primer goterón vino a caer en el centro del escritorio; luego, siguió otro y otro…  No fue difícil darme cuenta de que más de alguna teja había cedido en el techo y fui en busca de los requeridos baldes para esas oportunidades.

Miré mi balance de reojo y no me moví, un pánico me invadió, inevitablemente un problema acarrea otro y otro, entonces cerré los ojos, lo pensé detenidamente y, ya con la carcajada de vuelta al rictus de mi boca, preparé la maleta y, al día siguiente, viajaba con rumbo al entrañable sur.

Ya en el aeropuerto, tiré el teléfono inalámbrico al cubo de la basura. Me preparaba a soñar con mis sueños. A la cresta las grandiosidad materialista de las cosas.

   

   

   

   

    

   

   

Jaime Alfonso León Cuadra (Santiago de Chile, 1942). Ferviente convencido de la política social del presidente Salvador Allende y testigo presencial de las subsiguientes atrocidades militaristas, emigra a Canadá en 1975, incapaz de soportar la tiranía del dictador Pinochet. En Chile, sus poemas «Volantín» (1951) y «Las manos del pecado» (1954) suscitan las primeras críticas literarias. Ya en su obligado exilio canadiense, publica Sagitario (1990), su primer libro, y Retrato de una canalla (2004). Luego publicará tres antologías más, tituladas: Escupo mi Llanto, Melancolías y Erótica. En 2008 aparecen los dos volúmenes de su antología Escritorio Poético, en la que reúne creaciones líricas de un amplio abanico de poetas emergentes de las publicaciones digitales.

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral de Cultura. Año XI. II Época. Número 76. Abril-Junio 2012. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2012 Jaime Alfonso León Cuadra. © Las imágenes, extraídas a través del buscador Google de diferentes sitios o digitalizadas expresamente por el autor, se usan exclusivamente como ilustraciones, y los derechos pertenecen a sus creadores. Edición en CD: Director: Antonio García Velasco. Diseño Gráfico y Maquetación: Antonio M. Flores Niebla. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2012 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.