N.º 74

NOVIEMBRE-DICIEMBRE 2011

5

GIBRALFARO

   

   

   

   

   

RUMORES

   

Por Rafael Herrera Ángel

   

   

   

Y

o nací allí, en aquel pueblo donde el suicidio se heredaba como se hereda la manera de mirar a lo lejos o de decir las cosas. Decían los forenses, esos que vienen y quieren entender lo que piensa un muerto, el estado psicológico (o como se diga) de cada difunto lo había conducido hasta allí. Mentira. Tonterías, nada más. Yo sé qué aire es este que se entremete en la sien y corroe como el agua fuerte.

Esta tierra llama pronto y no espera, esta tierra árida que busca regarse, no con sudor y sangre como todas, sino saciándose con el orín de los suicidados.

Todos se ahorcan. Todos. Y se orinan. Ahorcados con una pulcritud imposible: traje y corbata negros, sin camisa, unos zapatos relucientes en una bolsa y la cuerda del pozo al hombro.

¿Sabes lo que les pasa por la cabeza? Yo sí, y no soy de esos que vienen que lo quieren saber todo. Se les resbala una gota de sangre por el cerebro y sale en forma de lágrima por un ojo. Una lágrima espesa como la baba.

Ahí mueren. En sus tierras, o el algún almendro prestado por amigos confidentes. ¿Que por qué? Más o menos, te cuento lo que me contó un día mi padre siendo un niño.

Cuando se aplasta la primavera, reverdece todo, hasta los olores y los escotes, que se estrenan a primera hora de la mañana. En primavera, se acercaba en su carreta el afilador, su cabra y una joven, cuyo parentesco con él se desconocía. No tan bella como para enloquecer, pero con una picaresca reprimida y un salvajismo oculto de la tierra que deshacía al ser más racional: tez curtida y tobillos blanquecinos, ojos grandes e inocencia provocativa.

Total, eran cuatro duros lo que ganaban. Comer y algo de aguardiente para las noches de invierno. Él andaba de mañana con su piedra de limar y su flautilla de pan con sonidos ascendentes y descendentes, reconocibles desde el último rincón, con una consorte de satirillos detrás corriendo, ¡el afilaó! ¡el afilaó! ¡madreee, dame una navaja! ¡yo quiero ser afilaó de grande!

Un dios Pan con pantalón de pana y barba llena de piojos. Mientras ella, la gitanilla, tocaba con tanta gracia el acordeón, viejísimo por cierto, que la cabra sola hacía piruetas como una loca; vamos, que si hubiese hablado, parecería aquello un aquelarre de los alegres.

¡Esa alondra! La alondra del barbero perfeccionaba año tras año aquel sonido de la flautilla, llegando a ser tan perfecto que sonaba mejor que el real. Yo criaba alondras, pero cuando le sangraban el pico, las dejaba volar.

Los muchachos alimentaban sus deseos reprimidos con aquella muchacha que tenía lo extraño como atracción. Pero como tú sabes, hasta el hielo quema, y la juventud es hielo y fuego al mismo tiempo; uno: ¿a que no tienes lo que ha de tener un hombre para tocarla?, otro: ¿qué no?, otro: ¿será hija, mujer, hermana?, otro: ¡voy y verás!

En esto, que se acerca, le dice, lo rechaza, le pellizca el trasero, el afilador da la esquina, amenazas, navaja recién afilada en mano, acero chocando con los rayos del sol, cuerpo tumbado, sangre a borbotones en el último soplo de la flautilla.

Dicen que ella no habló, no lloró, solo miró de tal forma que solo había podido anunciar con aquello una cosa mala. Sí, una cosa mala, decían. Yo que sé. Tú sabes, creencias ocultas: mal de ojo, espolón de gallos, hinojos machacados… las cosas del pueblo. No volvieron; bueno, ella.

Escucha, tú. Pero en cada primavera, la alondra del barbero cantaba, con ese sonidito que martirizaba en el recuerdo. El rumor se extendía de boca en boca y el homicida todavía guardaba para sí las palabras que cruzó con ella; ¿qué le dijiste?, ¡qué locura hacer lo que hiciste!, ¿y ella, qué habrá sido de ella?, ¿te escupió, dices? Rumores vienen, rumores van, tantos fueron que aquel joven imberbe y de labios vírgenes, con empalmes de cuerda y un nudo bien trabado, se fue a donde todo el mundo calla y nadie regresa para protestar.

Decían que su cuello y su lengua eran tres veces más de lo que tenía. Daba miedo ver al jirafoide amortajado. Cuando parecía todo olvidado, empezó una noche de septiembre, de esas que huelen a hojas embarradas, a sonar un murmullo, un lamento ahogado. Venía del cementerio, alguno de allí se asomaba fuera de las tapias del patio de difuntos y murmuraba palabras impronunciables, inconforme, con el cuello como el rabo de un gato cabreado. Lo sacaron de la tumba, así, como el apicultor castra la miel de las colmenas, y le cortaron el cuello con aceros oxidados. Todo volvió a ser como antes. ¡Qué coño, nada sería como antes!

¡La alondra! ¡Esa estúpida alondra! ¡Ese canto infernal de nuevo, otra primavera con la flautilla en los oídos y sin flautilla! Se escapó. Voló un día de abril de la jaula y la maldita enseñó su canto a todas las alondras.

Mataron las que pudieron, pero siempre había alguna cantando. Todos los meses quemaban las plumas de esas alondras y rezaban. Pero ese canto lo aprendió el viento. Entraba grave el viento como un rumor, trayendo algo que no se entendía, que anegaba el alma de tristeza.

Y los rumores de nuevo. Se colaban por debajo de las puertas, desencajaban trancos, por los caños de los patios, por canalones y chimeneas, por las cabezas. Tan difícil era de explicar lo que decía aquello que los que iban a ahorcarse pedían que les cortaran la cabeza y la lengua.

Nadie se iba de aquí. Todos dejaban algo y nadie quería irse. Algo telúrico debe traer aquellas palabras, un brillo oscuro en sus significados.

No te rías, hombre, que era así. El estorbo se convirtió en costumbre y la costumbre en herencia. Quizás no lo creas, pero llevo unos días escuchando ese rumor cada vez más fuerte en mi cabeza y anoche sudé por los ojos sin ganas.

 

  

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RAFAEL HERRERA ÁNGEL (Teba, Málaga, 1988). Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Málaga. Ha colaborado en la revista Analecta Malacitana con alguna reseña. Ganador del I Premio de poesía en el Concurso de Jóvenes Creativos del Guadalteba en 2006.

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Bimestral de Cultura. Año X. II Época. Número 74. Noviembre-Diciembre 2011. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2011 Rafael Herrera Ángel. © Las imágenes, extraídas a través del buscador Google de diferentes sitios o digitalizadas expresamente por el autor, se usan exclusivamente como ilustraciones, y los derechos pertenecen a sus creadores. Edición en CD: Director: Antonio García Velasco. Diseño Gráfico y Maquetación: Antonio M. Flores Niebla. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2011 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.